Por Pbro. Dr. Lucio Florio*
Fuente: La Nación
Noviembre 2023
El reciente período electoral deja un sentimiento de perplejidad profunda en la conciencia del católico medio, es decir, de aquel que se siente miembro de la Iglesia y trata de vivir su fe en forma coherente. Una de ellas se origina en la percepción de que una parte importante de obispos, clero y numerosos laicos, a veces de palabra, pero especialmente con gestos y silencios, ha apoyado a un movimiento político caracterizado por uno uso inescrupuloso del poder, con incesantes y escandalosos hechos de corrupción y que, pese a autoproclamarse un movimiento de justicia social, ha dejado al país con más del 40% de pobres, con seis de cada diez niños sumidos en la pobreza. El apoyo de buena parte de la Iglesia católica es evidente. El modo de vinculación de un importante sector de católicos con el movimiento peronista, en función del asombroso panorama de pobreza y desazón que han dejado en sus largos años de gobierno, es poco menos que sorprendente ¿Cómo es posible esto? Opino que hay varios motivos para explicarlo. Uno de ellos es el sustento teórico, cuya expresión más nítida es la llamada “teología del pueblo”.
Cuando en los años ’70 surgió la teología de la liberación como discurso teórico para enfrentar el escándalo de una sociedad cristiana superpoblada de pobres, en Argentina se propuso una teología que no utilizase el método dialéctico del marxismo y, en cambio, se inspirase en el movimiento peronista. Se postulaba que una teología anclada en el concepto de “pueblo”, propio del peronismo, podría dar cuenta del presunto hecho de fusión entre el Evangelio y un movimiento cultural masivo que se decía representaba lo popular. Empezó a pensarse que “pueblo” era lo genuino y, lo demás, era “anti-pueblo”, “anti-cultura”. El razonamiento no se detenía allí, sino que se prolongaba al campo teológico: el pueblo portaba elementos del Evangelio, expresiones del Reino de Dios en su modo de relacionarse, de expresarse, de celebrar. De esta forma, el pueblo y el Pueblo de Dios, la Iglesia, llegaban a entremezclarse como una única realidad. “Pueblo” era “Pueblo de Dios”, y viceversa.
Esta teología del pueblo pareció ser un antídoto para las amenazas marxistas, por una parte, y capitalistas, por otra. Además, lograba reproponer la visión virreinal y jesuítica de una sociedad católica, aunque con la ventaja de tratarse de una cultura radicada no ya en el poder monárquico sino en los estratos inferiores de la sociedad, en aquel confuso terreno de lo popular. Esta expresión llegó a niveles de tanta ambigüedad que dejó de importar que muchos de sus líderes viviesen en barrios privados o en Puerto Madero, en la medida en que adhiriesen a ese paradigma interpretativo. Eran “pueblo”, pese a vivir en el mundo de los dominadores.
La teología del pueblo se suele presentar como la única expresión de la teología argentina, minimizando la existencia de una teología que, apoyada en el Concilio Ecuménico Vaticano II, toma en serio las nuevas formas democráticas de la modernidad occidental. Esta apropiación de la teología argentina puede ocultar la existencia de otros caminos que exploran ámbitos diferentes de la realidad: la teología estética, la teología de la ciencia y la tecnología, etc. Este discurso teológico ha impregnado numerosas iniciativas pastorales, gobernadas por la vaga noción de lo popular. Además, con el paso del tiempo, aquella cultura popular animada por una visión cristiana fraguada en el mundo virreinal, fue convirtiéndose en algo más heterogéneo, donde no resulta fácil discernir siempre elementos cristianos.
Me interesa remarcar lo siguiente: la teología del pueblo se difundió entre sacerdotes, religiosos y laicos, y logró influir claramente en la relación con el poder político a través del peronismo. Éste siempre entendió que la alianza con esta forma del catolicismo argentino debía ser cuidada, puesto que permitía entrar en el imaginario de numerosos ciudadanos. Aun desde posiciones escandalosamente corruptas y negadoras de las instituciones republicanas, el peronismo aparecía como un “partner” esencial, también para muchos obispos y curas que se sentían cercanos y arropados por este movimiento que, cuando le tocaba ser gobierno, se hacía cargo de cuidar a la Iglesia, considerada como parte de su mismo pueblo.
La descripción simplificadora que he propuesto sirve para entender algunos hechos de los últimos años, incluidos los recientes comicios electorales. Mi tesis es que la teología del pueblo que, inicialmente tuvo un sentido valioso al salir al cruce de ideologías fuertes en un contexto de bipolaridad, colonizó el pensamiento de gran parte de la Iglesia argentina. De este modo, produjo un debilitamiento de la conciencia crítica respecto a la tremenda cadena de hechos de corrupción por manos de funcionarios, hechos que explican la terrible pobreza actual de casi la mitad de la población. En cierta forma, esta asociación ideológica a través del concepto de pueblo, permite entender el silencio ante la corrupción y la pobreza crecente.
No todo el que dice “pueblo” entrará en el Reino de los cielos.
En los meses y semanas previas a las elecciones hemos visto lo siguiente: una Misa en desagravio del Papa por dichos de un candidato presidencial; declaraciones de curas villeros o de sacerdotes por el Tercer Mundo sobre la justicia social, atacando a un candidato presidencial pero sin emitir palabras sobre los responsables de la escandalosa “injusticia social” que sumerge a millones de niños y jóvenes a un futuro sin esperanza; fluidas visitas de funcionarios al Vaticano, a muchos de los cuales es difícil identificar con alguna pertenencia parroquial concreta; denuncias por la amenaza con una suspensión de relaciones con el Estado Vaticano -que es una entidad política, no religiosa-, sin formular comentarios por la situación socio-política argentina; el silencio absoluto sobre la corrupción y la violación de la división de poderes, como si la justicia independiente no estuviese relacionada con la verdadera defensa de los derechos humanos; etc. Menciono sólo algunos episodios de una historia de ambigüedades en las que la Iglesia parece sometida a un movimiento político de enorme magnitud, sector ideológico que vuelve a aprovechar este vínculo para reconquistar el poder perdido.
¿Cómo explicar este fenómeno? Obviamente se trata de una realidad multicausal. Sin embargo, no debe ser subvaluada la explicación teórica. Detrás de toda praxis hay alguna teoría que la sustenta. En este caso, la teología del pueblo, difundida por diversos canales educativos y pastorales, es un agente fundamental. Nacida como teología política para defender a los pobres, se ha transformado en aliada ideológica de un sector político que está definiendo la situación presente y futura de muchos ciudadanos, apesadumbrados y desconcertados, conducidos hacia un pensamiento único que nada tiene de liberación. Sería evangélico comenzar a pensar nuevamente la teología política desde raíces más evangélicas y desde una valoración más explícita del sistema republicano de gobierno. Y, naturalmente, debería asumirse un concepto de Pueblo de Dios más teológico, donde quepan todos los caminos políticos orientados por la verdad y la justicia.
* Investigador y docente en la Pont. Universidad Católica Argentina. Miembro del Consejo de Criterio. Sacerdote Católico de La Plata.
Deja tu comentario