Por Gustavo Irrazábal*
Fuente: La Nación
La declaración “Dignitas infinita sobre la dignidad humana”, dada a conocer por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe el pasado 2 de abril, es un documento largamente esperado. La Iglesia Católica vive actualmente en un estado de profunda tensión doctrinal, como no se veía desde las discusiones sobre la contracepción a fines de los años 60, con el agravante de que hoy los enfrentamientos involucran enteros episcopados nacionales y regionales, unos promoviendo posiciones radicales en temas que van desde la estructura de la Iglesia hasta la vida y la sexualidad, y otros, cerrando filas en defensa de la tradición. Se ha llegado a hablar, no sin cierta razón, de un peligro de cisma. En ese contexto, la opción del Papa por encarar ciertas cuestiones éticas de un modo más propositivo que condenatorio, junto a una mayor flexibilidad en el campo pastoral, había suscitado en muchos sectores un temor de que se estuviera gestando una verdadera ruptura con la enseñanza católica precedente.
En especial, se planteaba una duda de fondo: ¿sigue sosteniendo la Iglesia la doctrina sobre las prohibiciones absolutas, es decir, la existencia de conductas que nunca pueden justificarse, cualesquiera sean la intención, las circunstancias o las consecuencias? En 2016, un grupo de cardenales planteó al Papa una serie de “dudas” (en latín, dubia) en las que se incluía expresamente esta inquietud, pero sin recibir respuesta. En 2023, otro grupo de cardenales recurrió al mismo procedimiento con relación a la posibilidad de otorgar bendiciones a parejas del mismo sexo. En esa ocasión, el Papa autorizó una respuesta del dicasterio mencionado, que no logró aplacar la controversia y, más, la profundizó con la declaración Fiducia supplicans, que algunos interpretan como una autorización para impartir bendiciones pastorales a ese tipo de uniones. Por ello debe celebrarse la publicación de “Dignitas infinita”, donde finalmente se confirma sin dejar lugar a dudas que hay conductas que son moralmente inaceptables “más allá de toda circunstancia” porque atentan contra la dignidad de la persona humana, entendida esta expresión en sentido “ontológico”: la dignidad de que goza todo ser humano por el solo hecho de ser tal.
Es cierto que, dentro de las “violaciones graves a la dignidad humana” aludidas, algunas requerirán ulteriores aclaraciones, como la idea de que “el drama de la pobreza” es exclusivamente resultado de la injusticia distributiva y no (también) de la ineficiencia productiva, o de que toda guerra es injusta (lo cual parece incluir la guerra defensiva). Hay otras conductas cuya incompatibilidad con la dignidad humana nadie puede negar seriamente, como los abusos sexuales, la violencia contra la mujer o la violencia digital. Pero se incluyen también temas debatidos incluso entre católicos, como el aborto, la maternidad subrogada y el suicidio asistido, que el documento condena de modo firme y taxativo. Lo mismo cabe decir con relación a la “teoría de género”, rechazada con sólidos argumentos bíblicos y antropológicos, junto con la reafirmación de la centralidad de la “diferencia sexual”, es decir, la diferencia constitutiva entre varón y mujer (“la mayor imaginable”, “la más bella y la más poderosa”). En consecuencia, el llamado “cambio de sexo” es considerado una práctica contraria a la dignidad personal del cuerpo humano.
Con este documento, la Iglesia muestra una vez más que su mensaje no se subordina a las modas ideológicas. Su contenido no es novedoso, pero brinda un oportuno y necesario marco de referencia para el diálogo dentro de la Iglesia y con el mundo, a la vez que evita el peligro de que la próxima asamblea del Sínodo sobre la Sinodalidad, que tendrá lugar en octubre, sea usada indebidamente como caja de resonancia para las ideas temerarias de ciertos grupos minoritarios, aunque poderosos. Un detalle significativo: el 2 de abril, fecha de publicación de este documento, es el 19º aniversario de la muerte de san Juan Pablo II, quien dedicó su gran encíclica Veritatis splendor a enseñar la importancia decisiva de las prohibiciones absolutas, indispensables para proteger los valores fundamentales de la vida personal y social.
Pbro. Miembro Consejo Consultivo del Instituto Acton
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