Por Gustavo Irrazábal

En el cuarto y último domingo del adviento, algunos años proclamamos la Anunciación a María, tomada del Evangelio según San Lucas. Pero este año meditamos lo que podríamos llamar “la anunciación a José”, en el Evangelio según San Mateo. No pretendemos sugerir un perfecto paralelo entre ambos hechos: el Sí de María es único, porque hizo posible la Encarnación del Señor en su seno. Pero el sí de José fue indispensable para que pudiera cumplirse el proyecto de Dios inaugurado con la Encarnación.

José recibe la noticia de que María, su prometida, estaba embarazada. Como dice Francisco en su carta sobre San José, Patris corde (“Con corazón de padre”, 2020), José se encuentra ante una situación incomprensible (ya que no puede dudar de María ni encontrar otra explicación). Su única certeza consiste en que no puede tomarla como esposa, ya que eso significaría apropiarse de un hijo que no es suyo. Pero el ángel del Señor le revela un misterio que jamás hubiera conocido por sí mismo: que el Hijo concebido por María es la obra del Espíritu Santo, y que es el Mesías que salvará al Pueblo de sus pecados. De este modo, José puede recibir a María y al Niño en su casa, haciendo posible el cumplimiento del proyecto de Dios en varios sentidos.

En primer lugar, José le brinda a Jesús la paternidad legal y, con ella, la descendencia davídica, que se trasmitía por vía paterna. Esto es un aspecto fundamental: Dios había prometido que el Mesías nacería de la descendencia de David. Con el sí de José, esa promesa se cumple y la fidelidad de Dios queda acreditada.

Pero, además, José cumple la función de custodio de María y del Niño, frente a la persecución de Herodes, el exilio, el retorno y la reinserción en su comunidad, pruebas a las cuales ellos no hubieran sobrevivido por sí mismos.

En tercer lugar, José fue un verdadero padre para Jesús y, como tal, ha dejado su marca impresa en la personalidad de su Hijo. Esto podemos apreciarlo, por ejemplo, en el modo en que Jesús ejercita su autoridad con sus discípulos: desde la intimidad, la cercanía, el respeto, pero con una seguridad sin complejos, una firmeza sin rigor, y sin afán de dominio, promoviendo la libertad y la madurez en vez de impedirla. Como recuerda Francisco en Patris corde, refiriéndose a la invocación a José como “padre castísimo”, la castidad consiste ante todo en amar sin intentar apropiarse del otro. Esamisma castidad es la de Jesús.

Finalmente, San José es para Jesús el reflejo de la paternidad de Dios, como sugiere la novela sobre la vida de San José del autor polaco Jan Dobraczyński, La sombra del Padre (2016), citada por Francisco en Patris corde. Jesús descubre a través de su padre terrenal −y no al margen de él− a su Padre Celestial, a quien invoca con el mismo término que utilizaba para dirigirse a José: “Abbá” (¡Padre!). Sin la figura paterna de José, Jesús nunca hubiera llegado a una experiencia tan profunda, natural y gozosa de la paternidad de Dios.

El “sí” de José no significó el abandono de sus sueños de desposar a María y formar con ella una familia, sino su realización de un modo que supera toda imaginación. No fue un “menos” sino un “más”, mucho más, que su proyecto inicial. Pero la principal consecuencia de su “sí” fue la de “descentrarse”: dejar de ser el dueño y protagonista central de su propia historia. A partir de entonces, puso toda su vida al servicio del proyecto de Dios.

Y esto nos lleva a reflexionar sobre nuestro propio acto de fe ante la cercanía de la Navidad. Tanto como entonces, se trata de un acontecimiento “incomprensible” desde el punto de vista humano, que sólo puede ser aceptado en la fe: el Niño que nace de María es obra del Espíritu Santo, es el Hijo de Dios. Creer en este misterio nos da una nueva comprensión de la realidad y comporta un cambio radical en nuestro modo de vivir. Al recibir a Jesús y a María en nuestra casa, aceptamos que nuestra vida ya no es nuestra, que entramos a formar parte de una historia en la cual ya no somos los dueños y señores, sino los humildes colaboradores en el proyecto de Dios. Si alguien nos ha ofendido y resistimos a compartir con él o ella las Fiestas, es porque pretendemos seguir ocupando el centro cuando quizás Dios nos está llamando a colaborar con Él para recuperar al hermano extraviado. Si nos sentimos frustrados, es porque nos empeñamos en confrontar nuestra vida con nuestras expectativas humanas, cuando Dios nos está invitando a formar parte de un proyecto mucho más grande, el proyecto de Dios, en el cual nuestras frustraciones son solo la oportunidad de descubrir un horizonte nuevo que rompe los límites tan estrechos de nuestro pequeño mundo.

La fe de San José nos enseña que estamos llamados a ser “padres” y “custodios” del Misterio de la Navidad: Dios nos llama a colaborar en su proyecto, para que Jesús pueda hacerse un modo nuevo en el mundo, para nuestra salvación y la de nuestros hermanos.

Pbro. Gustavo Irrazábal. Esta y otras meditaciones pueden encontrarse en:

https://socorroymater.org/escritos-del-padre-gustavo/