3 de marzo de 2018
Por Mario Šilar
Para Instituto Acton
 
Que los seres humanos no somos tan racionales como solemos pensar que somos es una obviedad. El estudio de esta tendencia al autoengaño, el error o la acción incontinente atraviesa casi toda la historia de la filosofía moral, desde el frecuentemente malinterpretado intelectualismo moral de Sócrates, hasta los modernos estudios sobre la racionalidad interna y externa de Donald Davidson. Sin introducirnos en un análisis complejo, me gustaría señalar que la tesis socrática de la conexión estructural entre autoengaño y error, por la que se puede afirmar que “resulta esencial a toda forma de error la presencia de un componente irreductible de autoengaño”, tiene no solo una importancia capital en el seno de la filosofía moral sino que puede servir también para iluminar nuestra comprensión de los fenómenos económico-sociales.
El reconocido filósofo Alejandro Vigo ofrece una explicación muy ilustrativa para comprender esa tensión que subyace en el actuar incontinente, por el que el agente elige intencionalmente, incluso contra su propio criterio, una acción ‘X’, existiendo una acción alternativa ‘Y’, que el agente podría realizar, y que consideradas todas las cosas, sería mejor hacer ‘Y’ que hacer ‘X’. En efecto, “en los casos de acciones supuestamente incontinentes lo que tiene lugar es, en rigor, un cierto tipo de error cognitivo, que se produce al ponderar y comparar los bienes y los males o, más específicamente, los placeres y los dolores, involucrados en la decisión en favor o en contra de una determinada acción. Quien, para decirlo según el modo habitual de hablar, es subyugado por un placer, que se le presenta como cercano e inmediato, cae víctima de una suerte de ilusión óptica, parecida a la que tiene lugar en la percepción de los objetos en el espacio: los que están más cerca parecen más grandes que los lejanos, aunque éstos puedan ser mucho mayores. Sin embargo, en el caso del espacio, el arte de la medida permite corregir fácilmente esa apariencia. Del mismo modo, en el caso de la ponderación relativa de bienes (placeres) y males (dolores) presentes y futuros sería necesario también un correspondiente arte de la medida que, en la comparación de las diferentes intensidades, permita corregir el efecto distorsivo producido por la mayor o menor cercanía temporal, y restablecer así el adecuado orden de prioridades, de moto tal que el agente no escoja ahora un placer menor que posteriormente traiga un dolor mayor o, viceversa, no evite ahora un dolor menor que dé como fruto placeres mayores en el futuro[1].
Lo que el profesor Vigo señala con gran agudeza en el análisis de la acción individual también es susceptible de producirse en el análisis de la acción colectiva. De hecho, los buenos estudios de racionalidad económica, los que se ubican en la línea del mainline economics[2] no serían más que el análisis de la racionalidad económica bajo un prisma que contempla con mayor sensibilidad esa frecuente desconexión entre los deseos o resultados deseables y consecuencias realmente generadas, fruto de determinada política económica. Pienso, por ejemplo, en los trabajos de Fréderic Bastiat, H. Hazlitt, F. A. Hayek, etc.
En el prefacio a su famosa obra Economía en una lección, Hazlitt afirma que existe “la persistente tendencia de los hombres a considerar exclusivamente las consecuencias inmediatas de una política o sus efectos sobre un grupo particular, sin inquirir cuáles producirá a largo plazo no sólo sobre el sector aludido, sino sobre toda la comunidad. Es, pues, la falacia que pasa por alto las consecuencias secundarias. En ello consiste la fundamental diferencia entre la buena y la mala economía. El mal economista sólo ve lo que se advierte de un modo inmediato, mientras que el buen economista percibe también más allá. El primero tan sólo contempla las consecuencias directas del plan a aplicar; el segundo no desatiende las indirectas y más lejanas. Aquél sólo considera los efectos de una determinada política, en el pasado o en el futuro, sobre cierto sector; éste se preocupa también de los efectos que tal política ejercerá sobre todos los grupos”[3].
Los pensadores de la vida social de formación cristiana suelen incidir en la idea de la conexión entre ética y política, entre ética y economía. Sin embargo, al hacer este análisis no se debe caer en la deriva del moralismo económico o moralismo político, es decir, la tendencia a creer que la mejora moral de los actores económicos y políticos sería suficiente para mejorar la vida económico-social de una comunidad. Sin duda que una buena base moral es muy importante. Pero, al mismo tiempo, un análisis sustantivo de la vida económica y política debe ser capaz de considerar este juego de “ilusiones ópticas”, por el que resulta muy difícil que nuestros juicios tomen la debida distancia de nuestro marco personal de intereses, incentivos y anhelos. Tal vez exista una vía más fecunda para poner en relación la perspectiva de la moral en los ámbitos de la economía y la política, y pueda ser mediante la exploración de esta tendencia a la hamartía o autoengaño, tan presente en la acción personal como en la acción colectiva. En este sentido, la escuela de la elección pública en sus diversas variantes (James Buchanan, Gordon Tullock, Elinor Ostrom, Vincent Ostrom, etc.) puede ofrecer gran riqueza conceptual a quienes estén interesados en este análisis de la vida económico-social. Integrando estas diversas áreas, racionalidad moral, racionalidad económica, análisis político-social desde la perspectiva de la elección pública, uno se puede convertir en un auténtico “estudiante de la civilización”[4].
 
 
[1] Vigo, Alejandro, “La conciencia errónea. De Sócrates a Tomás de Aquino”, en Signos filosóficos, vol. XV, nº 29, enero-junio, 2013, pp. 9-37. Cita p. 19.
[2] Para la distinción entre mainline economics  (o economía de la línea troncal, vinculada a la reflexión de teoría económica, que puede o no, ser la línea prioritaria en determinada época histórica) y mainstream economics (economía de la corriente principal o la que se impone en los claustros universitarios en determinados momentos de la historia), véase el prefacio de Boettke, Peter, Living economics. Yesterday, today, and tomorrow, The Independent Institute, Oakland – CA, 2012.
 
[3] Hazlitt, Henry, Economics in one lesson, Three Rivers Press, New York, 1979 (ed. orig. 1946), pp. 15-16.
[4] Dekker, Erwin, The Viennese Students of Civilization. The Meaning and Context of Austrian Economics Reconsidered, Cambridge, Cambridge University Press, 2016.