Por Carroll Ríos de Rodríguez
Para Instituto Acton Argentina
4 de Noviebre de 2012
La “tragedia de lo comunal” es un concepto atribuido al biólogo Garrett Hardin (1915-2003). Por ejemplo, una laguna repleta de peces, disponible a todos, invita a unos y otros a pescar la mayor cantidad de peces posible; la tendencia será a sobre-explotar e incluso agotar el recurso. Yo uso este texto en clase para hablar sobre la importancia de establecer claros derechos de propiedad, pero no sabía que Hardin pretendía que justificara además agresivas políticas de control natal.
Hardin favorecía unas “soluciones” francamente grotescas. Consideraba que la “libertad para procrear” era intolerable, y que solamente podríamos preservar otros derechos negando a la pareja el derecho de decidir el tamaño de su familia. Él estaba a favor de límites estrictos a la inmigración de los “no caucásicos”, la esterilización obligada, el aborto, la eutanasia y la eugenesia, esa pseudo-ciencia favorita de los Nazis que pretende mejorar la raza humana.
Se asocia el nombre de Hardin al del científico químico Harrison Brown, primero en lograr aislar un gramo de plutonio; su trabajo hizo posibles las bombas nucleares. A su vez, Brown y Hardin inspiraron a los esposos Paul y Anne Ehrlich, autores de La Bomba de la Población (1968), y a John Paul Holdren, actual consejero en ciencias y tecnología de la Casa Blanca. Para Holdren y los esposos Ehrlich, coautores de Ecología humana (1973), el fin justifica los medios. El agua que tomamos podría contener químicos que nos esterilicen, recomiendan. Sugieren practicar vasectomías involuntarias, establecer por ley un máximo de hijos por mujer y esterilizarlas luego, forzar a las madres solteras a casarse o abortar, prohibir la reproducción a personas consideradas inferiores, y disponer del “exceso” de bebés humanos como si se tratara de exterminar gatos. Para hacer valer reglas tan draconianas, habría que establecer un “Régimen Planetario”, un gobierno mundial prácticamente totalitario.
Peor que la osadía de proponer dichos horrores, es el hecho que hubo quienes los escucharon. La esterilización coercitiva y masiva se practicó en Asia en los años setenta, promovida por organismos internacionales y gobiernos de Occidente. Sanjay, el hijo de la primer ministro de India, Indira Gandhi, mandó policías al pueblo de Uttawar, para llevarse a todos los hombres en edad reproductiva a esterilizar. El pueblo vecino, Pipli, intentó defenderse pero la policía fusiló perentoriamente a cuatro hombres. (Matt Ridley, The Rational Optimist) ¿Nos extraña? En este esquema, las personas somos desechables. Ilustra con creces la cultura de la muerte, como la llamó el beato Juan Pablo II.
Y para colmo: ¡la coerción estatal no era necesaria! Ya para los años setenta había empezado la llamada transición demográfica y las tasas de fertilidad estaban bajando los países industrializados e incluso en algunos países subdesarrollados.
Derivo de esta triste historia una poderosa lección: debemos defender la libertad y la vida a capa y espada, y repudiar, sin cansancio, la ingeniera social.
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