por Carroll Ríos de Rodríguez
Fuente: Instituto Fe y Libertad 
1 de febrero de 2018
La urbanización preocupa al Papa Francisco en tanto afecta la calidad de la vida humana y el cuidado del ambiente. En su encíclica Laudato Si’ leemos, en los puntos 44 y 45, que los espacios urbanos experimentan un “crecimiento desmedido y desordenado”. Muchas ciudades “se han hecho insalubres para vivir, debido no solamente a la contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino también al caos urbano, a los problemas del transporte y a la contaminación visual y acústica. Muchas ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en exceso. Hay barrios que, aunque hayan sido construidos recientemente, están congestionados y desordenados, sin espacios verdes suficientes. No es propio de habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza.” (44) El Papa Francisco se lamenta que el acceso a zonas bellaso espacios “ecológicos” excluyan a la mayoría de personas.
Es cierto que la tendencia mundial es hacia la urbanización. Las personas efectivamente migran del campo a las ciudades en mayores números que en años anteriores. Para el 2030, se estima que vivirá en ciudades entre el 70 y el 80 por ciento de la población mundial. Según datos producidos por la Organización de Naciones Unidas (ONU), de 1960 a 1999 aumentó el número de personas que habitaban en ciudades de un tercio de la población mundial a 47%, o casi la mitad. El ritmo de crecimiento en la población rural es tres veces más lento que el de las urbes. Dos fenómenos curiosos son que: 1) ha aumentado el número de megaciudades y 2) es más veloz el ritmo de crecimiento de ciudades en países menos desarrollados y en vías de desarrollo que en países desarrollados, como Europa. El 75% de los habitantes de América Latina viven en centros urbanos, y África es la región que más rápidamente se urbaniza, explica Gabriela Rico.1 La ONU pronostica que para el 2030, habrá más habitantes en total en las ciudades latinoamericanas que en las urbes europeas. En 1950, menos del 10% de la población en los países más pobres era catalogada como urbana, pero para el 2050, casi el 40% se habrá mudado a las metrópolis.
Una megaciudad es aquella que cuenta con más de 10 millones de habitantes. En 1960, la lista de megaciudades era corta: Tokio y Nueva York. A principios del siglo XXI, 13 de las 17 megaciudades se ubicaban en las regiones menos desarrolladas.  Al 2015 había 29 megaciudades. Asia ha experimentado una notable transformación, ya que se espera que para el 2015, serán 18 las megaciudades en dicha región. Aún así, casi la mitad de los citadinos viven en polis consideradas medianas y pequeñas.
Encuentro similitudes en el tono empleado por la encíclica y el mensaje de un artículo publicado en la revista TIME, escrito en el 2012 por Bryan Walsh, bajo el alarmista título de “Planeta Urbano: cómo las ciudades crecientes arruinarán el ambiente al menos que las construyamos bien”.2 “Los humanos son ultimadamente la especie más invasiva—cuando se mudan a un territorio nuevo, suelen desplazar a la vida silvestre que antes vivía allí,” sentencia Walsh, haciendo suyo una noción trillada en el movimiento ambientalista. Su temor es que las ciudades crecen en habitantes y tamaño, y que en un futuro, el 10% del planeta estará cubierto de concreto citadino. A mi entender, eso “liberaría” al 90% de la superficie restante de la “plaga humana”, lo cual sería positivo y no negativo desde la óptica de un ambientalista, pero también entiendo que algunos radicales albergan la utópica esperanza de una Madre Tierra prácticamente despoblada de seres humanos. Más adelante, Walsh admite que el proceso migratorio hacia urbes reduce las presiones humanas sobre la tierra en las áreas rurales. Agrega, además, que dicho proceso no debe detenerse. Esta admisión emerge sólo después de párrafos extensos en los que habla sobre la pérdida de la biodiversidad provocada por los seres humanos citadinos. Su ambición, entendemos hacia el final del artículo, es controlar el proceso de urbanización, que es por su admisión imparable, con el fin de minimizar los impactos negativos sobre el ambiente. Esta ambición posiblemente sea compartida tanto por los expertos de la ONU como por el autor la encíclica: verían a bien una planificación estatal de la urbanización, o incluso una regulación dictada por un gobierno supranacional como la misma ONU, que imponga ciertas condiciones y “ordene” el proceso. En el caso de Walsh, querría ver protegidas las especies animales y las plantas, y en el caso del Papa Francisco, querría ver parques, buenos servicios públicos, y detalles estéticos que mejoren la calidad de vida de los futuros habitantes de la ciudad.
Oriundo de Buenos Aires, el Papa Francisco habrá visto de primera mano las barriadas de personas de escasos recursos. El vecindario de La Boca es famoso por sus conventillos, o construcciones de chapas de metal, donde migrantes recién llegados a Argentina de Italia, muchos de ellos de genoveses, se asentaban en reducidos espacios cerca del puerto. Con el pasar de los años, La Boca dejó de ser barriada y se convirtió en atractivo turístico. Ahora, barrios como La 31 y La Villa 1-11-14 albergan a personas de escasos recursos. Millones de argentinos viven en barrios marginales y precarios. Sus viviendas son rudimentarias y no cuentan con servicios básicos, entre ellos, servicios del patrullaje policíaco.3 Como en otros países latinoamericanos, los migrantes a la gran ciudad suelen ver truncados sus sueños, sobre todo en los primeros meses, y pasan penas más intensas que las que hubiesen afrontado en sus pueblos de origen.
La buena noticia para los ambientalistas tradicionales y para el Papa Francisco es que el proceso de urbanización de hecho es bueno para el ambiente, y quizás también para las personas. Marian Tupy lista varias ventajas:

  • el consumo energético es menor en la ciudad, tanto por persona como en términos globales,
  • el espacio habitacional ocupado por persona es menor,
  • al ser más alto el precio de las propiedades en áreas urbanas, el espacio se utiliza de forma más eficiente, y se destruye menos ambiente natural,
  • las personas emiten menos dióxido de carbono en ciudades, y
  • las personas recurren a transporte público y no usan vehículos particulares en ciudades.

Además, el acceso a servicios públicos básicos es mayor en las ciudades que en las áreas rurales, y es menos costoso proveer dichos servicios a la creciente población por la concentración de los usuarios en un mismo lugar.
Algo que los cristianos debemos enfatizar es el beneficio al ambiente de la familia intacta. El ecologista Jianguo Liu, de la Universidad Estatal de Michigan, ha analizado el impacto ambiental del divorcio.  Una pareja divorciada ocupa dos casas en lugar de una, y por ende usa más tierra, agua y energía. Las casas habitadas por menos personas son menos eficientes en el uso de los recursos: dos personas que viven aparte ocupan dos lavadoras de platos y dos refrigeradores en vez de compartirlos. Liu estima que el divorcio eleva el costo de servicios básicos en Estados Unidos en U.S.$ 6.9 mil millones anuales.4
Otra buena noticia es que, si las instituciones jurídicas y sociales son apropiadas, las barriadas de pobres pueden irse convirtiendo gradualmente en espacios más seguros, sanos y prósperos gracias al propio tesón de quienes allí viven. Tal fue el caso de La Boca. Desde antes que Enrique Ghersi y Hernando De Soto publicaran El Otro Sendero, en 1986, los asentamientos marginales de Lima, Perú, experimentaban cambios para bien. Los autores notaban cómo, con el pasar de los años, una covacha de lámina se convertía en una casa de dos pisos, construida de block, y cómo paulatinamente los vecinos se iban haciendo de servicios básicos como electricidad. La experiencia se replica en ciudades parecidas alrededor del mundo. Ghersi y De Soto discernieron que el proceso de mejora podía acelerarse si a los recién migrados se les extendían ciertas protecciones jurídicas sobre su propiedad, sus negocios e inversiones—las mismas protecciones de las cuales gozan otros miembros de la sociedad. Es decir, el rol más importante que puede jugar el Estado para procurar espacios urbanos agradables y seguros, es garantizar los derechos básicos a las personas de una forma general y abstracta. Esta actitud hace más por el marginal, el “descartado”, que la planificación urbana centralizada.
La planificación centralizada de las urbanizaciones puede generar resultados no deseados, en la medida en que eleva el costo de construcción y remodelación. Dificulta hacer inversiones y mejoras en la vivienda propia y en el entorno, y muchas veces debilita los derechos de propiedad privada.
El discernimiento de De Soto y Ghersi es respaldado por la doctrina social de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia explica que la “promoción del bien común exige el respeto a la propiedad privada”. (2403) No somos dueños absolutos, sino administradores de la providencia, y beneficiamos a los demás haciendo fructificar los bienes en nuestras manos. Ser dueño de algo es entrar en una particular relación, reconocida por el resto de la comunidad, con una cosa o una idea.
Los autores asociados a la Escuela de Salamanca eran herederos intelectuales de Santo Tomás de Aquino, quien argumentó que la propiedad privada era una institución moralmente neutra. Sus seguidores sostenían que la propiedad privada contribuía al bienestar general porque fomentaba la actividad económica.  Luis de Molina (1535-1600) afirmó, como Aristóteles, que se cuida mejor lo propio que lo que no tiene dueño. A su vez, Juan de Mariana (1536-1624) escribió que se debe resguardar el derecho de propiedad privada de la coerción del Estado y de la arbitrariedad de los tiranos.
Una parte fundamental de crear una institucionalidad que procure la creación de riqueza, es la provisión de servicios de seguridad. Por razones comprensibles, las ciudades experimentan mayores índices de violencia que las áreas rurales.  Los terroristas ganan más notoriedad perpetrando un atentado en una famosa urbe que en un espacio despoblado.  Prevenir y castigar la violencia es importante, porque la inseguridad engendra pobreza.
En las favelas, como en cualquier otro lado, las personas se ocupan de mejorar su entorno cuando saben que sus hijos podrán gozar del fruto de su trabajo, cuando pueden planificar a futuro. Si sus derechos son precarios, su conducta será cortoplacista y consumista. En El misterio del capital (2003), Hernando De Soto hace ver que los pobres realmente poseen una riqueza grande, aunque “latente”. Por un lado poseen el recurso humano, que es la mayor riqueza posible, y por otro, poseen bienes que se traducen en capital si la sociedad así los reconoce. El Occidente creció, afirma De Soto, porque a las personas se les reconoció legalmente la propiedad; ésta a su vez puso “en manos de Occidente herramientas para producir valor excedente muy por encima de sus activos físicos…el sistema de propiedad legal se volvió la escalera que llevó a esos países desde un universo de activos en estado natural hasta el universo conceptual del capital…”.5  Dicho de otra forma, el gesto de inclusión más grande que se puede dar a un “informal” es reducir el costo de ser formal, acercándolo al mercado global y haciéndolo partícipe de él, y en la misma medida será respetada su integridad, su trabajo, su talento y su dignidad.
Lo que es más, los estudios muestran que realmente sí se produce la movilidad social. Conforme aumenta el poder adquisitivo de las personas, éstas se mudan a hogares de mejor calidad: el número de personas viviendo en favelas ha disminuido de 46.2 % en 1990, a 29.7 % en 2014. (Rico)
Los problemas ambientales, y los problemas sociales identificados en las grandes metrópolis, son en el fondo problemas económicos: en la medida en que crece la riqueza, se contará con más recursos para solventar cuestiones como malos drenajes, aguas sucias, la disposición de los desechos, la contaminación ambiental, la falta de espacios verdes, la fealdad de las construcciones y más.
Por otra parte, el Papa Francisco se alegrará de saber que, junto con la tendencia a la urbanización, coexiste una tendencia a descentralizar grandes urbes. En 1956, Charles Tiebout anticipó que esto sería así en su seminal artículo “Una teoría pura del gasto local”, publicado por el Journal of Political Economy. (No. 64, Octubre) Hay tal cosa, económicamente hablando, como el “tamaño ideal” de una ciudad. Éstas atraerán o repelerán ciudadanos, asumiendo que las personas podamos movernos de un lugar a otro, dependiendo de si tienen muy pocos o demasiados habitantes. Así, en los países donde las autoridades locales han cobrado mayor importancia, y han sido beneficiados por iniciativas de descentralización fiscal, también las personas han elegido residir fuera de las ciudades más grandes.
Existen múltiples ejemplos de ciudades y espacios ambientales que se han limpiado y recuperado gracias a la disponibilidad de recursos para este fin, incluyendo famosos lagos y ríos, como el Támesis, hasta montañas y parques. Un ejemplo puntual es el parque privado Nurthumberlandia, en Inglaterra. Propiedad de Matt Ridley, autor de The Rational Optimist, este espacio fue una mina de carbón activa. Con los recursos obtenidos de la minería, los dueños dispusieron diseñar un parque abierto al público que presume una masiva escultura de roca, arcilla, tierra y grama que parece una mujer reclinada.6
En conclusión, algunas de las preocupaciones que señala Laudato Si’ con relación a la urbanización se pueden corregir ellas mismas conforme las sociedades logran generar riqueza, sobre todo en lo que atañe a la calidad de vida material de las personas, y también la protección del ambiente natural.
La originalidad de la voz cristiana radica en señalar la pobreza espiritual evidente en las sociedades modernas. El aislamiento, la soledad, la indiferencia y el desprecio al otro son, presumiblemente, mayores en grandes ciudades cosmopolitas, donde los habitantes no se conocen unos a otros. Sin embargo, la soledad embarga también a personas radicadas en áreas rurales. Desestimamos el valor intrínseco de la persona humana debido a la cultura imperante.  Asimismo, es preocupante que en espacios urbanos, las personas tiendan a desestimar el valor del matrimonio como institución social, y que por ende tengan menos hijos. La desintegración familiar es causa de mucho sufrimiento humano y de varios de los problemas sociales resaltados por la encíclica, como la deserción de la escuela, los nacimientos fuera de matrimonio, el aborto, la drogadicción y la criminalidad juvenil. Sin embargo, la solución a estos problemas sociales no pasa por intentar frenar los procesos de urbanización, sino por ir a la raíz de los males, y activamente recristianizar nuestros barrios y nuestras ciudades.
REFERENCIAS
1 http://citiscope.org/habitatIII/news/2016/06/eight-key-trends-define-two-decades-global-urbanization
2 http://science.time.com/2012/09/18/urban-planet-how-growing-cities-will-wreck-the-environment-unless-we-build-them-right/
3 http://www.lanacion.com.ar/1851341-barrios-precarios-hay-4500000-millones-de-personas-que-viven-en-zonas-de-marginalidad
4 https://news.nationalgeographic.com/news/2007/12/071204-AP-divorce-environment_2.html
5 https://www.imf.org/external/pubs/ft/fandd/spa/2001/03/pdf/desoto.pdf
6 http://www.rationaloptimist.com/blog/northumberlandia/