7 de enero de 2018
Por Gabriel J. Zanotti
Fuente: Blog personal “Filosofía para mi”
Para los que no sean cinéfilos, “Guess Who’s Coming to Dinner” (https://www.youtube.com/watch?v=4a56FnhtuGI) es un clásico del cine norteamericano que plantea la perplejidad de un papá totalmente anti-racista cuando “la nena” le presenta a su novio afroamericano, un intachable médico, en 1967, cuando el matrimonio interracial estaba legalmente prohibido en la mitad de los estados norteamericanos. La película tuvo un gran impacto en su momento y formó parte de la lucha por los derechos civiles en los EE.UU., que pedían por la igualdad, la diversidad y la no discriminación. Eran años de lucha, años difíciles pero que marcaron una época de heroica transformación moral. Sidney Poitier, el famoso actor afroamericano que protagoniza al médico, tuvo que pedirle a la actriz Nichelle Nichols, que protagonizaba a Uhura en el puente de mando de “Star Trek” que se quedara en el papel. Hoy a nadie sorprende ver a una actriz afroamericana en la serie, pero ponerla allí fue otra gran jugada de Gene Roddenberry, el creador de esa extraordinaria serie, nuestra Odisea del s. XX ambientada en el XXIV.
Prácticamente todos los católicos norteamericanos de entonces apoyaron esta lucha contra el racismo. De hecho uno de los protagonistas de la película, que está a favor de que se casen, es un sacerdote católico. Difícilmente podían prever en esa época que hoy estarían parados en la vereda de enfrente.
Porque gran parte de los miembros del lobby LGTB no son malas personas subidas desde el averno: la mayor parte de ellos lo que hace es igualar la situación de los homosexuales, transexuales y bisexuales con la situación de los afroamericanos en la década del ‘60 e igualar la lucha por los derechos civiles de entonces con la de ahora. Me parece que esto toma de sorpresa a muchos católicos actuales. El argumento del llamado “lobby” es que los LGTB merecen tanta NO discriminación e integración igualitaria a la sociedad como en su momento la hubo para con la integración racial. Y, desde el punto de vista de la igualdad ante la ley y la obligación moral que tenemos de no discriminación por motivos externos a las capacidades de las personas, tienen un punto importante, TAN importante que así se explica que convenzan, y no sólo porque sean un “lobby”.
Pero tienen un problema.
Supongamos que “intertextualizamos” a la película del ‘67 con una situación que ya se está dando actualmente. La cuestión ha superado largamente a la perplejidad del papá que descubre que el novio de la nena se quedó a dormir, y no en el sofá. Ahora lo que puede suceder es que venga a cenar la novia de la nena, el novio del nene o la novia trans del nene y etc., etc., etc. Y que luego se quede a dormir, desde luego. Con el nene, con la nena o con lo que cada quien decida ser.
Frente a ello, Shonda Rhimes, la creadora y guionista principal de Grey´s Anatomy, hubiera escrito un guión donde alguno de los dos padres hubiera sido católico y por lo tanto un fanático que echa a la novia de la nena y a la nena de la casa, amenazándolos con la condenación eterna. Y por ende la nena y su novia terminan viviendo en la casa de Meredith Grey y sus amigos médicos, toda gente razonable que abrazan a los nuevos integrantes de igual modo que el sacerdote católico y Katharine Hepburn abrazan y acogen al médico afroamericano, injustamente rechazado y discriminado por otros.
Lo que creo que jamás hubiera filmado Shonda Rhimes es una escena superadora del conflicto. Los padres podrían haber recibido a la novia de la nena con todo afecto porque el amor a su hija y el respeto a su vida privada es incondicional. Pero si la novia de la nena les hubiera preguntado si “están de acuerdo”, ellos le podrían haber dicho “no, pero te queremos igual”.
¿What? ¿Cómo que no pero te queremos igual?
¿Se puede amar a una persona aunque no estemos de acuerdo con su posición?
¿Se la puede respetar aunque no tengamos su visión del mundo?
¿Y se le puede pedir que haga lo mismo con nosotros?
Parece que no.
No sólo parece que no, sino que la respuesta de la famosa novia de la nena sería “¿cómo que no están de acuerdo? ¡Discriminadores, homofóbicos, fanáticos!!!!! ¡Ya mismo los voy a denunciar ante la justicia y que el estado se encargue de ponerlos presos por delito de discriminación!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!”.
Esa es la debilidad moral del llamado lobby LGTB. Su coacción. Su autoritarismo, su imposibilidad de aceptar que hay libertades individuales, como la libertad religiosa, la propiedad, la libertad de asociación, que son una exigencia moral en sí mismas aunque puedan ser usadas para la discriminación moralmente indebida.
Y al revés, ese fue el autoritarismo, también, en épocas anteriores, de grupos heterosexuales a los cuales no cabía in mente respetar a la homosexualidad como algo que entra en el derecho a la intimidad de toda persona no porque sea un bien, sino precisamente porque el derecho a la intimidad protege las acciones privadas personales de la intromisión del estado en la conciencia de los individuos.
La persecución y opresión legal de épocas anteriores, a los gays, estuvo por ende muy mal, como TAN mal está la persecución legal del lobby LGTB actualmente, que están muy felices, por ejemplo, de que una pareja de reposteros haya tenido que pagar como compensación legal una importante suma de dólares por negarse a hacer una torta para una boda gay. La pura verdad es que tienen todo el derecho legal a hacer las tortas para quienes quieran. Puede no parecerme bien que se nieguen a hacerme una torta para festejar un libro mío sobre Mises pero están en todo su derecho.
Porque en una sociedad libre cada uno hace con su propiedad lo que quiere siempre que no vulnere derechos de terceros. Ahora bien, lo que se quiere y se puede querer legalmente no siempre está moralmente bien. Si un padre católico no sabe amar a su hijo gay me parece muy mal pero la fuerza del estado no está para solucionar esas cosas.
Ese fue el pecado original de la “affirmative action” que rodeó a la defensa de los derechos civiles de los ‘60 en los EE.UU. Muy bien la no discriminación, pero no se podía imponer legalmente. Sin embargo, así fue. Quedaron heridas abiertas pero ese no fue el principal daño: el principal fue dejar un antecedente para que ahora cualquiera considere que su propia concepción del mundo debe ser obligatoria so pena de acusar al otro de un delito y pretender que la fuerza del estado lo obligue a ser “mejor”. Cuando, para colmo, tal vez el peor es el que obliga al otro a ser “mejor”.
Yo propongo, como todo liberal católico lo haría, una sociedad libre donde, desde el liberalismo, todos respetemos mutuamente nuestras libertades individuales –noción desaparecida hoy en casi todos– con los riesgos y desafíos que ello implica, y, desde el catolicismo, que amemos, respetemos, y seamos hospitalarios con todos, hetero, homo, trans, transformes, marcianos y hasta filósofos.
Pero ello NO implica no predicar con amor y calma nuestra concepción del mundo. Ah no, pero eso es lo que no se acepta. SER Judeocristiano es HOY el delito. Es ser un intolerante, un miembro del patriarcado, un pérfido miembro de las clases altas explotadoras que expanden el veneno de la religión como el opio del pueblo. Nada nuevo bajo el sol.
¿Sabes quién viene a cenar? Un católico. Y además libertario. Oh!!!!!!!!!!!!!
¿Lo recibiremos?
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