Por Rafael Ramírez de Alba (profesor de área de Entorno Económico IPADE – Business School)
Fuente: El Universal (prensa mexicana)
Uno de los hechos más significativos y alentadores de las últimas décadas ha sido la disminución de la pobreza, especialmente de la pobreza absoluta, a medida que se ha logrado una aceleración del crecimiento económico gracias a la implementación de políticas de apertura y liberalización económica. No solo en China e India sino alrededor del mundo, un rápido crecimiento está asociado sistemáticamente con disminuciones importantes en la pobreza.
Sin embargo, al mismo tiempo que se ha incrementado el crecimiento y disminuido la pobreza, se siguen escuchando muchas voces que lamentan un percibido aumento en la desigualdad. Nos dicen que el modelo neoliberal o capitalista, puede ser que logre crecimiento económico pero lo hace favoreciendo a los ricos y explotando a los pobres o, en el mejor de los casos, el crecimiento ha olvidado a los pobres y no los ha hecho partícipes de sus beneficios (reflejado, por ejemplo, en la preocupación por los “descartados” en el lenguaje del Papa Francisco, o en la insistencia de un “crecimiento inclusivo” que intenta popularizar el Foro Económico Mundial).
Para llegar a la conclusión sobre si el crecimiento económico beneficia o no a los pobres se deben analizar los hechos de manera sistemática. ¿Qué nos dice la evidencia empírica al respecto?
David Dollar del Brookings Institution (think tank estadounidense identificado con posiciones de centro-izquierda), Tatjana Kleineberg de la Universidad de Yale y Aart Kraay del Banco Mundial, llevaron a cabo uno de los estudios más extensos que se han hecho sobre la relación entre crecimiento económico y desigualdad. Tomando como base datos de 121 países en las últimas cuatro décadas, llegaron a la conclusión que no hay una relación empírica entre el cambio en el ingreso promedio de los países y el porcentaje del ingreso del quintil más bajo de la población. En palabras sencillas, los ingresos de las personas más pobres han crecido en general al mismo ritmo que los ingresos promedio en esos países: mientras más rápido crece el PIB per cápita de un país, más rápido crecen los ingresos de los más pobres; si no hay crecimiento, las condiciones de vida de los más pobres no mejoran.
Habiendo encontrado lo anterior, lo investigadores se preguntaron si habría variables que afectaran directamente la participación del ingreso de los más pobres en el total nacional (es decir, que influyeran en la distribución de los ingresos) para tratar de identificar políticas que, además de promover el crecimiento, disminuyeran la desigualdad.
Después de analizar más de quince variables, entre ellas la apertura comercial, la inflación, el crédito al sector privado, la desigualdad histórica y la extensión de la educación primaria, no encontraron una relación clara y consistente entre ellas y la desigualdad. Es decir, mientras que el crecimiento económico sí beneficia a los más pobres, es difícil encontrar políticas públicas que al mismo tiempo que promueven el crecimiento, disminuyan la desigualdad. Podríamos añadir que es muy probable que las políticas que pretendan disminuir la desigualdad a expensas del crecimiento económico acabarán perjudicando a los más pobres, a quienes suponen querer ayudar.
En un país como México donde los niveles de pobreza siguen siendo inaceptablemente altos a pesar del progreso de las últimas décadas, uno de los aspectos más atractivos de la campaña de López Obrador a la presidencia fue su insistencia en que las políticas económicas se deben enfocar principalmente en ayudar a las personas más necesitadas, reflejado en su lema, muy acertado política y mediáticamente: “por el bien de todos, primero los pobres”. Difícil estar en desacuerdo.
Sin embargo, y más allá de haber implementado alguna política económica definida o coherente, con sus palabras y sus acciones el ahora presidente López Obrador ha minado consistentemente la base del crecimiento económico de un país: la confianza necesaria para fomentar la inversión privada y el emprendimiento. En tan sólo un poco más de seis meses de su administración han quedado lejos las promesas de crecer al 4% anual, conformándose con tratar de convencernos que no estamos en la primera recesión desde hace muchos años.
La gran paradoja de la administración actual, que se dice especialmente preocupada por los pobres, es que serán las personas de menos recursos precisamente las más perjudicadas por la falta de crecimiento económico. Como bien nos recordó el saliente Secretario de Hacienda en su reciente carta de renuncia, las políticas económicas se deben diseñar con base en la evidencia y no en la ideología (ni, añadiría yo, las buenas intenciones). El crecimiento económico es la mejor y más efectiva política social. Tal vez sea el momento de complementar aquello de “por el bien de todos, primero los pobres” por algo así como “por el bien de los pobres, primero el crecimiento económico”.
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