Por Juan Cruz Munilla

 

La historia de la educación es un capítulo sumamente complejo en la historia del hombre. Si bien es un fenómeno humano, que se da de manera espontánea, por el hecho de ser seres sociales, desde los últimos años hay un factor que pasó a representar un aspecto muy preciso y verdaderamente reducido de dicho fenómeno. Hablamos de la llamada educación formal. Este concepto hace referencia a aquella educación que está sistematizada y normada, con pautas en común, que está avalada y certificada por una instancia superior, en el caso de la modernidad, llamada Estado. Es decir, que no hay educación formal sin Estado que la regule. Lo que existe por fuera de ella es lo que comúnmente se denomina educación no formal y educación informal.

Desde que existe esta noción de la educación estatal, dentro de los Estados modernos, se han anudado dos esferas que hasta ese momento entraban en diálogo, pero de manera limitada, hablamos de la pedagogía y las políticas públicas. La pedagogía es la reflexión sobre la educación como fenómeno humano. Dentro de ella podemos encontrar la pregunta por la enseñanza y el aprendizaje, como dos fuertes conceptos. Al pasar la educación a manos del Estado, también se transfiere casi de manera natural una pedagogía determinada, dejando asentada, por tanto, una pedagogía “oficial”. Esto trae como consecuencia que la única pedagogía considerada válida es la que establece el Estado, dejando de lado otras propuestas pedagógicas, es decir, otras propuestas sobre cómo se enseña y cómo se aprende. De hecho, hablar de pedagogías alternativas tiene sentido en el contexto educativo actual, ya que estas son alternativas a la oficial. Una notable similitud de términos con la medicina (la oficial y la alternativa).

Por supuesto que el nacimiento de la escuela moderna, estatal, obligatoria y laica, fue un gran éxito, en cuanto a su efectividad, y, sobre todo, en cuanto a su persistencia. Es un sistema que sobrevive hace más de cien años, con variables mínimas, pero estructuralmente idéntico. Sin embargo, es al mismo tiempo, un arma política poderosa e históricamente utilizada. Que posea todas esas características recién mencionadas (estatal, obligatoria, etc.), hace que un gobierno con tendencia totalitaria (sabemos ya que la democracia no nos salva de eso, necesariamente) tenga la herramienta perfecta para transmitir su ideología y valores, ya sea para lograr masificar a la población en una misma serie de creencias, o para exaltar a sus líderes y perpetuarse en el poder. Es que esto está en el origen mismo de la educación estatal post revolución francesa, cómo proyecto de la ilustración. Dice Bauman en su libro “Legisladores e intérpretes. Sobre la modernidad, la posmodernidad y los intelectuales” que el objetivo de la educación (después de la revolución francesa) es enseñar a obedecer[1], para poder civilizar a las masas que no han sido instruidas para ser ciudadanos del nuevo régimen. Pensando en la historia más reciente del S.XX, son interesantes los casos de la Unión Soviética y los Narkomprós o Comisariado del Pueblo de Educación, de Corea del Norte y la reforma educativa que sufrió a raíz del régimen de los Kim, y por supuesto, de la Alemania nazi, en donde el currículum oficial se ocupaba de transmitir la fidelidad al líder y a la doctrina del nacional socialismo. Incluso, más cercano a la Argentina, el caso del peronismo, en el cual ya es sabido el uso que se hizo del material didáctico escolar para transmitir mensajes como “Evita me ama” y demás. Es preciso destacar el rol docente dentro de estas formas totalitarias de gobierno. Ya sea como funcionarios de dicho régimen o como generadores de voces disidentes. Sin embargo, estos últimos, suelen ser perseguidos y apartados del sistema por no acatar al proyecto oficial. Un interrogante que se abre frente a esto es lo que sucede dentro de los centros de formación docente, los cuales, por supuesto, no escapan de los parámetros propuestos por el Estado que certifica dicha formación.

Sin embargo, la escuela oficial tiene sus límites, como todo régimen. Tiene sus límites principalmente por lo afirmado al principio del artículo, educación no es sinónimo de escolarización. Quizás esta sea una de las falacias educativas más grandes de nuestro tiempo. Aquí entra lo que Luis Jorge Zanotti llama “Ciudad educativa”[2], es decir, lo que solemos llamar como educación informal. Se trata de aquellas manifestaciones culturales que forman permanentemente las costumbres y el parecer de los ciudadanos. Las redes sociales, las artes en general como la música, el cine, las series, entre otras, configuran a los ciudadanos incluso de manera más efectiva que muchas de las instituciones que tienen intencionalidad pedagógica. Para entender el fenómeno, actual e histórico, de la escuela es de vital importancia comprender que esta está inmersa en una cultura determinada, y que no puede escapar a ella, o la asume o se resiste, pero no puede ignorarla. Dicha cultura tiene arraigados ciertos vicios o virtudes y estos van a aparecer en la escuela indefectiblemente. Nombramos al nazismo unas líneas más arriba. No solo es interesante el caso por lo que sucedió con el currículo oficial una vez que Hitler asume como canciller, sino el contexto previo que favoreció la aparición de dicho régimen totalitario. Paul Johnson nos recuerda, en su libro sobre los “Tiempos Modernos”, cuáles eran las condiciones culturales que derivaron en el nazismo, como por ejemplo el movimiento Volk y su injerencia dentro de las artes, la filosofía y, por supuesto, las instituciones educativas[3]. Vale recordar, en este sentido, el concepto de Reproducción de las pedagogías críticas, tomado del sociólogo Pierre Bourdieu, el cual afirma que lo que sucede en la escuela no es más que la reproducción de las relaciones de poder en la sociedad. Independientemente de la mirada marxista de este concepto (con la cual uno puede estar de acuerdo o no), nos hace tomar conciencia de la dependencia que las instituciones educativas tienen para con la cultura.

Entonces, si la educación formal es susceptible de ser usada como herramienta coercitiva; si la educación llamada informal, o ciudad educativa, que es la cultura en su función formadora, puede arrastrar vicios o virtudes, dependiendo la sociedad en cuestión, ¿Dónde puede la educación ser un espacio de libertad y resistencia? En este sentido es que podemos hablar de la educación “no formal” como un espacio de resistencia al poder estatal. Es en los espacios no regulados en donde pueden surgir voces, autores, propuestas pedagógicas que sean disonantes a la “oficial”. Cursos, seminarios, talleres, grupos de estudio, grupos parroquiales, las familias, y una serie de espacios que escapan al control estatal y que forman a los ciudadanos de todas las edades y posiciones sociales. Estos espacios son, en algún punto, los garantes de los límites al Estado en tanto visión del mundo que estos imparten. También son resistencia frente a la cultura predominante, permitiendo otras visiones del mundo. Religión, filosofía, arte, música, literatura y demás expresiones del ser humano pueden generar estos espacios y pensar la realidad en todas sus dimensiones. Muchos jóvenes y adultos que quedaron fuera de la escolarización, son formados en estos espacios que consideran valiosos y que, sin embargo, no tienen certificación para el Estado, ya que no son esa formación oficial que es la escuela.

Como conclusión podemos afirmar que:

– La educación no se agota solo en el fenómeno escolar.

– La cultura es educación y toda la sociedad es en este sentido agente educativo.

– Para garantizar la democracia y las libertades individuales, es fundamental considerar a la educación no formal en todas sus concreciones. Esta educación es válida y tan valiosa como cualquier otro tipo de formación.

No se ha mencionado a la educación superior universitaria en el presente desarrollo, sin embargo, nos queda un interrogante presente: Si las universidades pudiesen admitir libremente a sus alumnos independientemente del título oficial que brinda la escuela[4] ¿No se revalorarían otros tipos de formación considerados alternativos? ¿No habría más oportunidades de acceso a las personas que quedaron fuera de la escolarización, para continuar sus estudios? La libertad educativa no trata de favorecer las desigualdades, como a veces se cree, sino, al contrario, valoriza toda acción pedagógica honesta y seria como expresión fiel de la educación recibida y brindada, independientemente de la realidad social y contextual en la que se vive. Acaso, el hecho de que haya una educación oficial, paradójicamente, ¿No es causa de las desigualdades que se propone combatir?

[1] https://laflordelavidadotnet.files.wordpress.com/2012/06/zygmunt-bauman-lei- 3456.pdf

[2] http://luiszanotti.com.ar/ciudadedu.htm

[3] Johnson, Paul. Tiempos modernos (1983). Javier Vergara Editor. Buenos Aires, Argentina.

[4] Esta idea ya se encuentra presente en el libro de Gabriel Zanotti “Libertad de enseñanza y pedagogía dialógica” (2019). Ediciones Cooperativas, CABA.