Por Antón A. Toursinov
Ser independiente es cosa de una pequeña minoría, es el privilegio de los fuertes. … El hombre libre es inmoral, porque en todas las cosas quiere depender de sí mismo y no de un uso establecido.
(Friedrich Nietzsche)
En los últimos 220 años los derechos individuales y la libertad en general fueron afectados directamente por tres eventos importantes. Y los tres eventos sucedieron en la misma fecha con décadas de diferencia: en 1799, 1917 y 1989. La fecha es, según el calendario republicano francés, el 18 Brumario, que corresponde, dependiendo del año, al 7, 8 y 9 de noviembre del calendario gregoriano.
Los tres sucesos marcaron la historia de la humanidad y la transición de la modernidad a la actualidad (pasando por todas las épocas “post”: postmodernidad, posguerra, “posthistoria”, etc.). El primero de estos eventos, que tuvo lugar en 1799, fue el Golpe de Estado que dio Napoleón Bonaparte al Directorio francés, iniciando así la caída de la Primera República Francesa e instaurando (en 1804) el Primer Imperio francés. Luego, en 1917 estalla la Revolución Rusa que, el 8 de noviembre de aquel año, permite que un pequeño y desconocido para muchos Partido Socialdemócrata Obrero (de los bolcheviques) de Rusia (rebautizado posteriormente como el Partido Comunista de la Unión Soviética – PCUS) se apropie del poder e imponga el socialismo (mal llamado “marxismo” por su líder Vladimir Ulyanov-Lenin) como la doctrina dominante – y luego la única – en el país más grande del mundo, Rusia. El mismo día, 8 de noviembre, pero 72 años después inicia el aparente derrumbe del socialismo, junto con el derrumbe de la Unión Soviética y sus “aliados”, con la caída del Muro de la Vergüenza – Muro de Berlín.
Se ha dicho y se ha escrito mucho sobre estos tres eventos de impacto universal. Y cada uno de ellos provocó cambios no solo en el orden social establecido, en las vidas particulares, en las culturas y en la política; sino también en la mentalidad de las personas, en su percepción del mundo y, lo más importante, de la libertad y de la seguridad. No vamos a detenernos en la Francia de finales del siglo XIX – a pesar de su papel sumamente importante en el surgimiento y desarrollo de las ideas sobre la libertad – pero sí nos detendremos en la revolución rusa y lo que provocó y marcó a partir de los principios del siglo XX.
Los bolcheviques – los comunistas – son, sin duda alguna, responsables directos de millones de vidas perdidas en el transcurso de tan solo 84 años: 1917-1991. Son responsables indirectos del surgimiento del fascismo en la Italia de Mussolini, de Hitler y de la Alemania Nazi, de todos los movimientos “insurgentes” en todos los continentes y de las pérdidas millonarias en las economías de todos los países donde se han metido.
Esa fue la razón principal del porqué el mundo celebró la caída del Muro de Berlín y creyó que la unificación de dos partes de una misma ciudad y de dos partes de un mismo país, Alemania, sería el símbolo de la libertad en todos los sentidos de la palabra. La caída del Muro ayudó a cambiar poco a poco la percepción de mundo que tenían los habitantes de los países “socialistas”. Apenas dos años después, el 17 de agosto del 1991, en la Unión Soviética la abrumadora mayoría de los ciudadanos, los que vivín detrás de aquel muro, repudiaban el intento del Golpe de Estado que los decrépitos miembros de la élite del PCUS intentaron dar al presidente-reformador Mijaíl Gorbachov con la intención de acabar con las reformas, la Perestroika y la Glasnost, con el objetivo declarado de regresar a las vieja y conservadora política interna soviética; además de detener las inminentes independencias de las repúblicas-miembros de la URSS, que habían sido anexionadas violentamente en los años 1940: Estonia, Letonia y Lituania. La propia Rusia, gobernada en aquel entonces por Boris Yeltsin, partidario de las reformas liberales, estaba rumbo a la independencia de la URSS.
Todo ello horrorizaba a los dirigentes del PCUS. Y fue la segunda vez durante el siglo XX el pueblo soviético se unió para resistir al ataque a sus nacientes libertades, se opuso a regresar al sistema que había convertido el país entero en un enorme campo de concentración. La primera vez cuando el pueblo estaba tan unido a pesar de todas las diferencias personales e, incluso, sociales, había sido durante el ataque de Hitler a la URSS en la II Guerra Mundial.
En aquella batalla en agosto del 1991 ganaron los amantes de la libertad, los que lucharon por ella. El pueblo creyó que la libertad estaba a la vuelta de la esquina. Estábamos borrachos de estas ideas de la libertad. Nadie nunca había oído de la “libertad individual”, eran dos palabras que quizá mejor expresaban el sueño que tenía el pueblo soviético desde que vio que las personas en los países occidentales – “capitalistas” -, a pesar de todo lo negativo con lo que la propaganda soviética alimentaba a la población a diario a través de los medios de comunicación oficial (y única en la URSS), tenían el nivel de vida incomparablemente más alto que el soviético, se veían más libres, podían viajar, podían vivir donde quisieran, estudiar lo que quisieran, trabajar mucho y ganar mucho, comprar lo que en la URSS existía solamente en la literatura de ciencia ficción. En fin, el pueblo en masa dijo “no” a la esclavitud y creyó estar cerca de la libertad. Y lo más importante: se obtuvo acceso a la información.
El derecho a la información que se ganó en la URSS abrió los ojos sobre la realidad en la que se vivía, los horrores que había cometido el régimen soviético en el mundo y permitió conocer qué es el capitalismo de verdad, qué es el libre mercado, emprendimiento, desarrollo individual y la vida en sí misma. Los filósofos, politólogos e historiadores liberales consideraron que la caída del Muro de Berlín, el cambio de los sistemas políticos en los países exsocialistas europeos y la desintegración de la URSS demostraban que el sentido común venció, que lo que venía era la nueva era histórica donde el concepto de la libertad individual (y social también) ya no estarían en peligro, a pesar de que aun quedaban algunos reductos del “socialismo” en el mundo pero estos, sin tener más el sustento, caerían por sus propios medios: Cuba, Corea del Norte y algunos países africanos. Incluso Francis Fukuyama se atrevió a decir que era “el fin de la historia” y que el nuevo hombre estaba a punto de nacer[1].
Sin embargo, han pasado ya varias décadas, y el dinosaurio sigue allí. Los regímenes inhumanos, basados en los residuos del desechado socialismo, en Cuba, Corea del Norte, Angola y uno que otro país, siguen existiendo. Eso en el mejor caso. En el peor, sobre los escombros del socialismo nacieron los nuevos autoritarismos basados en la corrupción, oligarquía y la perversión del concepto de la “propiedad privada” que se desconfiguró en la “apropiación privada”: Rusia, Bielorrusia, los países caucásicos (excepto Georgia), de Asia Central, Nicaragua y Venezuela.
Mientras que unos países que conformaban la URSS son prósperos, con mejores índices de las libertades individuales y bajos índices de violencia (por ejemplo, Estonia, Letonia, Lituania, Georgia), otros van contra la vía y contra el sentido común, o de retroceso. ¿Por qué algunos países sí han podido avanzar gracias a los individuos y otros, al contrario, se encierran más y más en el pasado, suprimiendo al individuo y creando otra vez la masa de seres irreflexivos?
La historia le dio la razón a José Ortega y Gasset quien en 1930 aseguró que “las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia[2]”, lo que fue demostrado con mayor fuerza en la URSS de Stalin y lo que le siguieron en la Italia fascista, en la Alemania nazi, en la España franquista, en la Cuba castrista y en un sinfín de los regímenes totalitarios. No obstante, resulta que este concepto, “masa”, no desapareció con la desaparición del totalitarismo soviético, sino que fue resucitado, curado y reforzado, cual un enfermo moribundo sometido a un tratamiento experimental que le salvó la vida. El ejemplo claro de la fuerza de la masa y su poderío, sobre el que se construyeron los autoritarismos actuales aun más crueles, son la Rusia y la Venezuela actuales, gobernadas por dos regímenes oligárquicos ilegítimos. Indiscutiblemente, la manipulación y la propaganda han tenido un papel fundamental en la construcción de la realidad que permite a los regímenes autoritarios aun mantenerse en el poder.
En la teoría de la comunicación la manipulación se opone a la argumentación y es una de las estructuras de razonamiento habituales si no únicas en ciertos tipos de discurso: en el político, periodístico, religioso, en la publicidad. En efecto, cuando se trata de las promesas, la argumentación es poco eficaz y la manipulación comunicativa forma bases de las estrategias muy convenientes.
Las manipulación lingüística consiste en la violación consciente de las leyes y reglas del razonamiento o, por el contrario, en la habilidad de su aplicación con el objetivo de la persuasión del interlocutor inexperto: violación del principio de razón suficiente cuando los argumentos y las pruebas son correctas pero insuficientes; el uso constante de todo tipo de falacias de causas insuficientes y de razones irrelevantes en las que las conclusiones salen de las causas y razones incorrectas, etc.[3]
Dicho sea de paso: los casos curiosos de la manipulación son los estudios dedicados a la propia manipulación. Prueba de esto es el artículo Las estrategias y las tácticas de los Amos del Mundo para la manipulación de la opinión pública y de la sociedad[4] escrito por el socialista francés Sylvain Timsit y publicado en su blog en 2002 en francés y en español simultáneamente. En poco tiempo muchos periódicos del mundo, sobre todo de izquierda, copiaron este artículo, pero, de manera extraña, todos lo atribuyeron a Noam Chomsky quien no tenía nada que ver con la publicación. Dejando de lado este error, el artículo hace creer al lector que solo los capitalistas utilizan la manipulación para convertir a los pobres en más pobres.
Sin embargo, son base de cualquier discurso propagandístico y, como se sabe de la historia, precisamente los regímenes autodenominados “socialistas” han recurrido a ella a través del populismo para perpetuarse en el poder. Aunque, en 1998 el propio Noam Chomsky había publicado en coautoría con el economista Edward Herman el libro Los guardianes de la libertad[5] en el que confirma que en realidad la propaganda no es propia de ninguna ideología concreta: tanto la izquierda como la derecha política utilizan el mismo modelo.
Veamos el caso de Rusia y de su actual sistema autoritario. El gobernante con su régimen político ha logrado convertirse en autoritario con el amplio apoyo de la masa, mientras que la élite económica – la oligarquía postsoviética que se enriqueció de manera ilegal en la década de 1990 – en contubernio con la vieja élite política soviética, convencieron a la población (que aspiraba a las libertades y soñaba con un país próspero, libre y desarrollado) a entregarles las libertades a cambio de la promesa de la seguridad. Analicemos esta situación del porqué la masa prefiere la seguridad a la libertad y al final pierde ambas (sin olvidar el proceso de la transformación del individuo en la masa) con el ejemplo de Rusia para poder aplicar esta información a cualquier sociedad.
Además de la fuerza de la manipulación mediática, hay dos factores esenciales en esta transformación del individuo a la masa en las épocas actuales: factor externo – social, político, histórico y económico -, y el interno – psicológico. Veamos ambos factores y su papel en la fuerza de un gobierno autoritario y el apoyo que obtiene de la masa.
En 1996, época turbulenta de la historia de la Rusia postsoviética, en la escena política local aparece un pequeño hombre de apariencia insignificante que, gracias a sus relaciones personales, ocupa el cargo de vicegerente de la Presidencia de Rusia (se ocupa de suministros). En 1998 este personaje se convierte en el vicejefe de la Administración del Presidente de donde, pocos meses después, pasa a ser director del Servicio Federal de Seguridad (FSB, ex-KGB). Se trata de Vladimir Putin, quien en diciembre del 2018 cumple 19 años al mando del país más grande del mundo.
Durante todos los cargos previos a la presidencia Putin permanecía fuera del foco público y la mayoría de los rusos ni siquiera sabía de su existencia. Los medios de comunicación no le dedicaban ninguna atención, en parte debido a la difícil situación económica del país en aquella época después de la desintegración de la URSS, y en parte debido a los escándalos públicos y la guerra en Chechenia.
Finalmente, en 1999, para sorpresa de los rusos, el entonces presidente del país Boris Yeltsin nombró a Putin como el Primer Ministro (segundo al mando del país), cargo que lo haría saltar hacia el puesto máximo después de la renuncia de Yeltsin gracias a que la Constitución establecía que, en caso de la ausencia del presidente, el Primer Ministro ocuparía su puesto. Ahí comienza la así llamada era de Putin en la historia contemporánea rusa y universal. Como herencia de su antecesor, Putin recibe un país dividido como nunca, tanto a nivel político como económico. A todo ello se le añaden las ideas separatistas de las repúblicas caucásicas, urálicas y siberianas, donde la población en su mayoría pertenece a otras etnias, distintas a la rusa. Las políticas económicas postsoviéticas (“economía de mercado”) del presidente Yeltsin y de sus asesores no habían obtenido los resultados esperados debido a la tradicional burocracia, desmesurada corrupción y la política económica de privatización realizada a medias. La economía se seguía sumergiendo en un caos de incompetencia absoluta y de la mafiosidad de las absurdamente grandes estructuras estatales.
Al resultar en el poder, Putin (“el gobierno”) comienza a apropiarse de las empresas importantes, el gobierno, por ende, logró recaudar más ganancias financieras para mantenerse y para compartir, en el grado mínimo, con el pueblo para que este se sintiera “orgulloso” y “seguro”: se construyeron algunas carreteras, se subió el sueldo mínimo y las pensiones, etc.; en pocas palabras, se contentó al pueblo, aunque el pueblo no se dio cuenta de que le subieron impuestos y los precios crecieron mucho más que los sueldos.
A mediados de los años 2000 sorpresivamente los precios del petróleo, del gas y de otras materias primas (productos más importantes del subsuelo del país) alcanzaron los niveles más altos en las últimas décadas. Esto ayudó a pagar una gran parte de la deuda nacional y exterior y a convencer al pueblo de que existe el bienestar que cayó sobre Rusia gracias a los logros personales del señor presidente.
Incluso de los fracasos de la política interna del país el gobierno sacó tanto provecho como pudo, gracias al dominio de la información pública. Ni los ataques terroristas con explosivos a las casas-condominios en Moscú en 1999, ni el trágico final del submarino Kursk en el que murieron muy lentamente durante varios días del agosto del año 2000, sin que la ayuda nunca llegara, 118 marinos, en su mayoría muchachos jóvenes; ni la toma de rehenes por los rebeldes chechenos en un teatro de Moscú en 2002 y su fallida “liberación” por parte de la fuerza estatal (en la que perecieron 67 personas que asistían a un musical); ni la toma por los terroristas de una escuela en Beslán en 2004, donde murieron, por culpa del ejército que los trataba de “liberar”, más de 330 rehenes, casi todos menores de edad: nada de esto cambió la opinión de la mayoría del pueblo sobre su nuevo gobernante.
Los romanos tenían la razón al decir que la masa, para ser feliz, sólo necesita pan y circo. La participación en todas las elecciones ha sido muy elevada, inclusive en las elecciones a la Duma Estatal en diciembre del 2007 hubo, según los datos oficiales, hasta 105% de votantes. Es absurdo, pero así es. Ganó, por supuesto, el partido del “líder” – Rusia Unida, apodado entre la gente como “partido de los ruines y de los ladrones”, por la misma gente que votó por este partido.
Desde el 1999, año cuando Yeltsin renuncia a la presidencia de Rusia y la «hereda» Putin, este viene aniquilando las bases republicanas del gobierno. Y qué ironía: el país cuyo nombre oficial es Federación de Rusia de federación no tiene absolutamente nada. La división de los poderes ya es inexistente en Rusia. Tanto los jueces, como los diputados del parlamento (la Duma Estatal) y los senadores (el Consejo de la Federación) se han convertido en los siervos del régimen gobernante. Ya ni hablar del gobierno con los ministros. El ejemplo claro es el ministro de relaciones exteriores Serguei Lavrov, cuya manera soez y ordinaria de «poner en su lugar» a los que no están de acuerdo con las políticas de su jefe es legendaria en el mundo.
Putin, este personaje de la misma estatura que Hitler y Stalin y, como él mismo ha manifestado más de una vez, seguidor de este último en la política, ha traspasado la delgada línea entre el autoritarismo y el totalitarismo. De hecho, está en la recta final para llegar a este punto de la dictadura, «apoyado por la mayoría». El populismo, la manipulación de las mentes débiles de sus súbditos y las desmedidas ansias de lo que él llama «restablecer el poderío de Rusia en el mundo», pero que en realidad es su aspiración enfermiza al poder absoluto, todo ello ha hecho su efecto.
Cada mañana la hojeada de la prensa rusa, controlada por el gobierno (los últimos años han cerrado casi todos los medios de comunicación independientes en el país), podría convertirse en un reto para la psiquiatría moderna. Por un lado, es un déjà vu de la prensa soviética de hace 30 años («somos el mejor país del mundo, liderado por el mejor jefe que haya habido en la faz de la tierra», «estamos rodeados de los enemigos conocidos, desconocidos y por conocer», «el mundo está lleno de nazis, fascistas, rusófobos, judíos, yanquis y homosexuales» y todos los anteriores «pagados por el Departamento de Estado») y por el otro, las mentiras más burdas con las que alimentan a la masa irreflexiva («no hay ejército ruso en Ucrania», «Ucrania es un país creado por Lenin gracias a nosotros, por eso nos pertenece», «los EE.UU y la UE imponen sanciones a todos los ciudadanos de Rusia», «los que toman rehenes en el Sur de Ucrania son manifestantes pacíficos», «los EE.UU persiguen a los ciudadanos rusos en el exterior y los encarcelan en los EEUU», «somos el país más importante del mundo por eso nos tienen envidia», «el lobby judío…», «el lobby homosexual…», «el lobby neoliberal…» etc.).
Las noticias diarias sobre las nuevas leyes aprobadas por el parlamento es otro caso digno de ser estudiado por los especialistas en salud mental. Literalmente cada día se aprueba una nueva ley o decreto que prohíbe. Están prohibidos la “propaganda homosexual”, la adopción de los huérfanos por los extranjeros, la difusión de las culturas ajenas a la rusa, la salida de los «morosos» al extranjero, los viajes al extranjero a los policías, la desobediencia a las autoridades, realizar manifestaciones, la crítica a la religión, la crítica al gobierno (eso se llama en Rusia «extremismo» por lo que los jueces – que no tienen independencia – han encarcelado en los últimos 18 años a más de 5000 personas). Las leyes que obligan controlan, piensan por la masa. Leyes, leyes y más leyes que hacen a la masa creer que hay más seguridad. Como cualquier régimen autoritario, el putinismo se defiende de sus propios ciudadanos en lugar de defenderlos a ellos. Así el país se ha transformado en un estado de las prohibiciones, basado en la coerción y la coacción. El miedo, fundamental en un estado autoritario, se infunde por el encarcelamiento de los opositores al régimen, entre ellos muchas personas no públicas. Por ejemplo, uno de los opositores más importantes, Aleksey Navalny, fue arbitrariamente juzgado por “corrupción” (qué ironía) pero, por presión internacional, fue absuelto; sin embargo, durante los últimos años Navalny es detenido varias veces al año y encarcelado por períodos de una semana a dos meses. Además, han sido asesinados varios periodistas (el caso más sonado es de Anna Politkovskaya), líderes de la oposición (por ejemplo, Boris Nemtsov), empresarios, gente sencilla. Y qué decir de la violencia: según el índice de asesinatos (de 10 a 15 por cada 100 mil habitantes, dependiendo de la fuente de la información) Rusia es el país más peligroso en Europa y uno de los más peligrosos en Asia.
La situación económica del país es más que lamentable. Lo poco que queda de la economía se basa únicamente en la industria extractiva. El aparato burocrático y, por ende, la corrupción, crecieron dos veces en los 18 años. De los 140 millones de habitantes, 40 millones trabajan para el estado y perciben sueldos del presupuesto estatal y 40 millones son jubilados con las pensiones pagadas por el estado. Con todo ello tanto la educación como la medicina son estatales sin inversión ni modernización y es casi imposible abrir una clínica o una escuela privadas. Y un dato más: una de las últimas prohibiciones legales se refiere a la importación de los equipos médicos. Y esto en un país que no puede producir ni siquiera jeringas suficientes para los hospitales.
Para comprobar todo ello, se puede acudir a los numerosos índices que se presentan cada año sobre múltiples aspectos sociales de cada país del mundo. Y, por cierto, todos estos índices son bastante odiados por la propaganda rusa porque desmienten lo que con tanto esmero se crea en las mentes débiles, sobre todo de los propios rusos.
Por ejemplo, los últimos estudios sobre la libertad económica y sobre la percepción de la corrupción, realizados por The Heritage Foundation y por Transparency International respectivamente, ubican Rusia entre los estados más fallidos en las áreas indicadas. En ambos casos Guatemala, por ejemplo, está mejor evaluada que el país asiático: en el lugar 139 (de 171) en el primer índice, siendo “economía controlada” (¿por Putin y sus allegados?), mientras Guatemala está en el puesto 85, “economía moderadamente libre”. En el segundo ranking Rusia está en el lugar 127 de 177, siendo uno de los países más corruptos del mundo. Y todo eso a pesar de tener el PIB entre los más altos[6].
Otro estudio que hay que tomar en cuenta es el Índice Global de la Paz (Global Peace Index). Según la organización Vision of Humanity, que realiza y distribuye esta investigación, Rusia resulta ser uno de los estados menos pacíficos en el mundo (lugar 152 de 162), justo antes de Corea del Norte y a la par de tan “distinguidos” países como Iraq, Afganistán, Pakistán, Sudán o República Centroafricana.
Claro está, la propaganda oficial ni siquiera menciona estos hechos. Básicamente, la idea de toda esa propaganda consiste en repetir las mentiras de lo estable que es la economía rusa, lo grande que es Putin porque “se opone a la hegemonía de los EEUU y del Occidente”. Además de ocultar la verdad, el papel de la propaganda del régimen en Rusia es de distraer a la masa. De esta manera, se aprovecha el papel que juega la TV en un país con el acceso a internet bastante limitado. La TV, vulgarmente llamada en Rusia “zombie-caja” es la única fuente nos solo de información sino también de diversión para la mayoría de la población rusa. Se puede, entonces, imaginar la calidad y el contenido que se transmiten…
Por otro lado, está el factor interno, psicológico, que influye en el rechazo por el hombre-masa de la libertad a favor de la seguridad, sin que se dé cuenta de que al fin y al cabo va a perder las dos. Al ex-Primer Ministro y escritor británico Benjamín Disraeli, el dramaturgo Bernard Shaw y psiquiatra austriaco Sigmund Freud se les atribuye la frase “La libertad significa responsabilidad; por eso, la mayoría de los hombres le tiene tanto miedo”. La libertad parece una utopía para muchos, mientras que muchos también tratan de huir de la responsabilidad; a menudo, sin darse cuenta de ello.
Los psicólogos han dedicado bastantes estudios a este fenómeno de la huida de la libertad por el miedo a la responsabilidad. Aunque el liberalismo y los liberales creemos que la libertad individual es un valor absoluto, hay quienes consideran lo contrario. El psicólogo alemán Erich Fromm[7] consideraba el autoritarismo uno de los mecanismos para no solo suprimir la libertad, sino también huir de ella. El carácter autoritario se manifiesta tanto en las aspiraciones de someter a los demás a su propia voluntad, como en las ansias de ser sometido o subordinado a la voluntad ajena. La relación del régimen autoritario con la masa es parecida al sadomasoquismo donde las dos partes ganan obteniendo el placer.
Como es sabido, cualquier régimen autoritario en primer lugar debe suprimir al individuo, convertirlo en masa, lo que se logra jugando con las emociones y las pasiones. No existe la razón ni la reflexión en el proceso de “masificación”. Se utilizan conceptos propios de las debilidades del ser humano. Aquí la educación estatal, compulsiva juega un papel esencial. También hacen lo suyo las iglesias que suelen ser aliadas muy íntimas de los gobiernos autoritarios, como es el caso de Rusia y de otros países.
La educación estatal, convertida en el adoctrinamiento, se vuelve obligatoria, corre por cuenta del estado. Se crean personas con el carácter autoritario cuya filosofía de la vida se basa en las pasiones en vez de las razones. A estas personas, las piezas de la masa, les gustan (o se les hace creer que les gustan) las condiciones que limitan sus libertades, sobre todo, porque la libertad es algo abstracto y lejano, mientras que la seguridad es algo concreto, aquí y ahora. Se les hace creer a estas personas que las fuerzas superiores, como el destino, son su voluntad y sus limitaciones que no pueden ser cambiados. El gobierno es cosa del destino por eso no es posible para la masa oponerse al autoritarismo, queda solo resignarse, contentarse y “ser felices”. Todo el poder, en el imaginario de la masa, es cosa del destino, por eso el poder político debe ser la autoridad indiscutible. Podemos recordar a Hugo Chávez con sus constantes evocaciones del poder divino que le concedió la autoridad de gobernar, sus constantes alusiones al papel superior de su movimiento socialista en el destino de su país, Venezuela. La misma estructura psicológica ha sido utilizada por Putin en Rusia, Lukashenko en Bielorrusia, y todos los demás líderes de los regímenes autoritarios.
Otro rasgo pasional que se crea en la masa es la adoración del “glorioso” pasado del pueblo. Es obvio – para la masa – que lo que ya ha existido, es lo que se debe reforzar porque ya ha existido, está probado que puede existir. Crear algo nuevo, aspirar a algo nuevo, aunque este nuevo sea muchas veces mejor, es algo utópico, una locura si no un delito. En fin, lo nuevo suele asustar hasta a los seres más racionales, a los individuos.
En fin, se forma la mentalidad de la masa basada en la convicción de que la vida está determinada por las fuerzas superiores independientes de la voluntad individual. La única forma posible de vivir en seguridad (y ser felices) está en la subordinación a estas fuerzas. Los que van en contra de esta idea (“la oposición”) se declaran “locos”, “delincuentes”, “estorbo para el desarrollo común”.
Con todo ellos, la masa, creada a partir de estos juegos psicológicos, cree solo en la autoridad del poder político, en el régimen gobernante. Ni siquiera se imagina su existencia sin este poder. Pero este poder debe tener una fuerza descomunal para tomar decisiones y para mantener la seguridad, aunque sea de apariencia. Podemos comprobar todo ello en la actitud y el comportamiento de la masa en los países con regímenes autoritarios que ya mencionamos: Rusia, Venezuela, Cuba y otros. Podemos ver el poder de las “autoridades” de movilizar las hordas de sus seguidores tanto en el sentido literal, en las calles, como en el sentido figurado, por ejemplo, en las redes sociales, para contrarrestar y atacar a cualquiera quien se atreve a oponerse a la “felicidad común”.
Los gobiernos de cualquier país autoritario se basan en el apoyo de las masas, con la premisa de que el hombre (como especie) necesita la seguridad por encima de la libertad. La diferencia entre el autoritarismo en Rusia y, por ejemplo, en Venezuela consiste en que en esta última el régimen se tambalea más fuerte y tiene mayor probabilidad de caer en cualquier momento por que no ha logrado la seguridad prometida a la masa, pero sí cobró por adelantado las libertades. Mientras que en Rusia, gracias a distintos factores, aprovechados por el régimen actual, la masa está engañada, creyendo que dispone de la seguridad (de todo tipo) y que no necesita las libertades: a tal grado que la propia palabra “liberalismo” en ruso es una grosería y “ser liberal” se usa para insultar.
De esta manera, vemos que lo que parecía imposible hace casi treinta años – el surgimiento de los nuevos autoritarismos y el fin de del estado del hombre-masa y su conversión en el individuo – se ha hecho realidad. Tal parece que la gente pensante, sobre todo nosotros, los liberales, celebramos tanto el inminente fin de la esclavitud en el mundo que no nos dimos cuenta, o lo hicimos tarde, de que esta esclavitud solo tomó formas más modernas, pero sigue ahí. Las únicas maneras de destruir la masa y dejar que se convierta en individuos pensantes que ansíen tener y luchen por los derechos individuales, son las nuevas formas de educación que utilicen la tecnología. No hay de otra.
[1] Fukuyama, Francis. (1992). The End of History and the Last Man. NY: Free Press.
[2] Ortega y Gasset, José (1999). La rebelión de las masas. Barcelona: Espasa Lobros S. L. U., pág. 14
[3] Vea en Toursinov, A. (2015). Lengua, discurso, texto. Estudios semióticos y lingüísticos. Guatemala: Editorial Episteme, pp. 188-210
[4] Ver: http://www.syti.net/ES/Manipulations.html (consultado el 30 de junio de 2018)
[5] Chomsky, Nocam y Edward S. Herman (1990). Los guardianes de la libertad. Barcelona: Crítica
[6] Todos estos datos pueden ser consultados online en las páginas web de las organizaciones mencionadas
[7] Véase: Fromm, Erich (1994). El dogma de Cristo. Buenos Aires: Paidós; y Fromm, Erich (2005). El miedo a la libertad. Buenos Aires: Paidós
Deja tu comentario