Edgardo Zablotsky, Rector de la Universidad del CEMA y Miembro de la Academia Nacional de Educación
Octubre de 2020
Jorge Donn, el bolero de Ravel, cómo no recordar aquella bella película de Claude Lelouch que sigue durante 50 años, desde la década de los años 30, la historia de cuatro familias de diferentes nacionalidades con una característica en común: su pasión por la música y fuertemente marcadas por sus vivencias durante la segunda guerra mundial.
¿Por qué no pensar, mientras nos imaginamos escuchar los acordes del bolero, en aquella extraordinaria danza final, en la historia de cuatro familias a través de tan sólo siete meses que hoy pueden parecernos 50 años, desde aquel viernes 20 de marzo en que comenzó la cuarentena? Cuatro familias, matrimonios de mediana edad, con hijos aún en edad escolar y propietarios de su departamento, en un mismo edificio de la ciudad de Buenos Aires.
La familia del segundo piso, por ejemplo, podrían ser pequeños comerciantes, en un local alquilado, como tantos otros. La del tercer piso, personal administrativo calificado en una empresa que afortunadamente no cerró sus puertas. La familia del cuarto, empleados del Estado, y los vecinos del quinto piso, un matrimonio compuesto por un profesor de tenis y una médica pediatra que han visto prácticamente desaparecer sus ingresos, al igual que el matrimonio de pequeños comerciantes, quienes han debido rescindir el alquiler de su local. Cuatro familias, en la gran ciudad, cada una con su propia historia de vida, transitando esta tragedia que nos toca vivir.
Una tragedia que ha generado una nueva brecha, una más si algo nos faltaba. Una brecha entre los unos quienes, respetando la cuarentena a rajatabla, consideran que aquellos que se oponen a la misma ponen en riesgo no solamente sus propias vidas, sino también la de ellos, por ejemplo, por transitar espacios comunes del edificio. Y los otros, quienes se oponen por razones indudablemente válidas para ellos, vivir es más que no contraer el coronavirus; vivir, para empezar, es también poder llevar el pan a la mesa familiar.
A esta altura, creo que para el lector es tan claro como para mí, la posición frente a la cuarentena que probablemente habría tomado cada una de estas cuatro imaginarias familias. O acaso se puede dudar que quienes han quedado privados de sus fuentes de ingreso están dispuestos a tomar el riesgo de contagiarse por tener la posibilidad de trabajar y quienes tienen un ingreso seguro, ya sea por tener la fortuna de seguir cobrando su salario mensualmente en una empresa privada o por ser empleados del Estado, acusan de insensibilidad social a los primeros por violar la cuarentena.
En 1962, luego del derrocamiento de Arturo Frondizi, el rabino americano Marshall Meyer, quien durante 25 años vivió en nuestro país, salvó incontables vidas durante el proceso militar y fue el único extranjero invitado por Raúl Alfonsín a formar parte de la CONADEP; expresaba que en la Argentina uno aprendía la lección de la responsabilidad individual justamente por su carencia, en la Argentina el otro era siempre el deshonesto, el otro no sabía trabajar, no pagaba impuestos, era materialista. Al fin, nos convertimos en una población de otros.
El otro una vez más, los años pasan y nada ha cambiado. Hoy se ha generado una nueva brecha, una brecha absurda, una brecha innecesaria, pero no entre aquellos a quienes les importa la vida y aquellos que privilegian la economía. No es la economía, son los seres humanos que ven destruidas sus vidas, al contemplar indefensos como desaparecen sus ahorros de toda una vida de trabajo y ya, a esta altura, muchos de ellos ni siquiera pueden llevar el mismo pan que llevaban antes a la mesa.
Hagamos un esfuerzo. Tratemos, quienes tenemos la fortuna de cobrar regularmente nuestro salario a fin de mes, de entenderlos. Pongámonos en su lugar y probablemente comenzaremos a revertir la triste historia de esta sociedad de otros.
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