(PantocrátorMonasterio de Santa Catalina, Monte Sinaí, VI)

Pbro. Gustavo Irrazábal

La Solemnidad de Cristo Rey del Universo marca la culminación del Año Litúrgico. Tiene un claro fundamento bíblico: en las profecías del Antiguo Testamento, el Mesías esperado era identificado  con un descendiente de la dinastía de David (cf. 2 Samuel 7,1-17) y, por lo tanto, un Rey, aunque su  realeza sea descripta con características muy especiales:  

¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es  justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna. (Zacarías 9,9) 

Sin embargo, el título de “rey”, aun referido al Mesías, conservó siempre una profunda ambigüedad,  en la que suele prevalecersu interpretación política y militar por sobre sus rasgos más pacíficos,  humildes y espirituales. No es de extrañar que Jesús rehuyera este título hasta el final, cuando  acepta ser aclamado como rey a su entrada a Jerusalén, aunque lo hace cumpliendo con la profecía  de Zacarías, de un modo humilde, montado en un asna (cf. Mateo 21,1-9). Y durante su juicio,  cuando Pilato lo interroga, Jesús proclama el carácter trascendente, “no de este mundo”, de su  realeza: 

Pilato le dijo: «¿Entonces tú eres rey». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido  y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz». Pilato le preguntó: «¿Qué es la verdad?». (Juan 18,37-38) 

Pilato y los acusadores de Jesús dan a la palabra “rey” una connotación estrictamente política.  Cuando Jesús se reconoce rey, en cambio, lo hace en cuanto testigo de la Verdad. Por lo tanto, Pilato  pierde interés: no es un peligro para él. Pero es precisamente este misterio de la realeza de Jesús lo  que se busca rescatar en esta solemnidad. 

La historia cercana de esta fiesta se remonta a 1899, cuando León XIII estableció el 11 de mayo como  fiesta de la consagración universal de los hombres al Sagrado Corazón de Jesús, motivo del cual  surge la idea del “reinado social de Cristo”. Desde entonces comienzan a dirigirse a los Sumos  Pontífices súplicas para que se establezca una fiesta dedicada este tema. En 1923, la tercera de esas  súplicas, dirigida a Pío XI, decía: 

“Para reparar los ultrajes hechos a Jesucristo por el ateísmo oficial, rogamos que la Santa Iglesia se  digne establecer una fiesta litúrgica que, bajo el título que aquella disponga, proclame solemnemente  los soberanos derechos de la persona regia de Jesucristo, que vive en la Eucaristía y reina, con su  Sagrado Corazón en la sociedad”.

Finalmente, el papa Pío XI estableció la fiesta con su encíclica Quas Primas, del 11 de diciembre de  1925, al cumplirse los 1600 años del Concilio de Nicea (325), en el cual se proclamó que el Hijo es  de la misma naturaleza del Padre. En este documento, el papa declara que: 

“el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino  también a los magistrados y gobernantes (…) su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste  a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar  justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de  costumbres.” 

El contexto histórico nos permite entender la importancia que tenía esta cuestión en la Iglesia de  entonces.  

1) Durante décadas, el liberalismo había luchado por expulsar a la Iglesia del ámbito público y dejarla  recluida, “en las sacristías”, es decir, en los lugares de culto, y en la conciencia de las personas. Se  procuraba, entonces, combatir el error del laicismo, que arrastraba a los creyentes cada vez más a  la indiferencia.  

2) Por otro lado, en los años ’20 estaba comenzando el ascenso de los totalitarismos (en 1917 fue la  revolución rusa, en 1921 se crea el partido fascista y el nacional-socialista). Afirmar la realeza de  Cristo debía oponerse a la pretensión de los regímenes totalitarios de lograr la adhesión absoluta  de las personas a través de cultos paganos de la personalidad. Y se oponía a los nacionalismos, que  bajo la apariencia de amor a la patria ocultaban pasiones destructivas. 

3) En el clima posterior a la primera guerra mundial, con la derrota de los imperios centrales, monarquías absolutas, como la del Imperio Austrohúngaro, la fiesta de Cristo Rey debía ser una  señal de dónde reside la verdadera realeza. Se trataba de exaltar el reinado de Dios sin caer en una  pretensión de poder político, aunque lamentablemente, la fiesta no pudo evitar esa tensión y  ambigüedad.  

Pío XI subraya con claridad que el reino de Cristo es principalmente espiritual. Sin embargo, afirma  que “se equivocaría gravemente quien pretendiera privar a Cristo Hombre del poder sobre las cosas  temporales, dado que Él ha recibido del Padre un derecho absoluto sobre todas las cosas creadas,  de modo que todo esté sujeto a su arbitrio”. Y citando otra encíclica, Ubi arcano (1922), dice: 

“Ya hemos escrito acerca del debilitamiento del principio de autoridad y del respeto al poder público:  «Alejado, en efecto –eso lamentábamos– Jesucristo de las leyes y de la sociedad, la autoridad aparece sin duda como derivada no de Dios sino de los hombres, de manera que también el  fundamento de la misma vacila: privada de la causa primera, no hay razón por la cual uno deba  mandar y otro obedecer. De lo cual se deriva una general perturbación de la sociedad, la cual ya no  se apoya más en sus fundamentos naturales».” 

Este sentido político-religioso ha hecho del título “Cristo Rey” una bandera para diferentes  movimientos políticos. En México, los Cristerosse levantaron contra las persecuciones del gobierno  anticatólico y anticlerical de Plutarco Elías Calles, causando una guerra civil (1926-1929) y eligieron  como grito de batalla: “Viva Cristo Rey”. Lo mismo hicieron los católicos que combatieron en la  guerra civil española (1936-1939). Pero también tomaron la misma consigna grupos ajenos a la  Iglesia católica, como el rexismo en Bélgica (1935), de inspiración nacional-socialista, o los  Guerrilleros de Cristo Rey que en los ’70 buscaron bloquear la transición democrática española. 

Tras el Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica de Pablo VI en 1969, la fiesta cambia de día (del  último domingo de octubre al fin del año litúrgico) pero también cambia de nombre y de significado,  llamándose Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que deja de lado la connotación política y  acentúa la idea espiritual de Cristo como Rey de la Creación y de la Historia. Además, pasa a  celebrarse en el último domingo del Año Litúrgico como su coronación. Su reinado se funda no en  el poder político o militar, sino en la paz y la verdad. Como dice San Cirilo de Alejandría: “Cristo  posee sobre todas las criaturas una soberanía que no es arrancada por la fuerza ni quitada a nadie, sino que procede de su propia esencia y naturaleza”. 

En consecuencia, el título de Cristo Rey debe ser separado de toda pretensión de poder mundano,  y entenderse íntimamente vinculado al motivo del Rey sufriente en la Cruz. Cristo revela un nuevo  tipo de realeza, que se concreta en la identificación con los pequeños, los débiles, los pobres. Y en  esa paradoja de Cristo que reina a través de la debilidad humana se pone de manifiesto el carácter  único de la realeza de Dios. Éste es el Misterio que vamos a contemplar el domingo, en el cual la  Parábola del Juicio Final nos mostrará a Jesucristo Rey y Juez que se identifica con cada hermano  necesitado.

Sin negar, entonces, la dimensión social de la Realeza de Cristo enfatizada por Pío XI (es decir, que  Cristo que reina no sólo en los corazones sino que quiere reinar en las leyes, las instituciones, y las  costumbres sociales), esta reorientación del significado de Cristo Rey nos devuelve al misterio de su  realeza divina sobre la Creación entera y sobre la Historia, una visión que en la Tradición de la Iglesia  Oriental se reflejó desde los primeros siglos en el motivo del Pantocrátor(literalmente, “Aquél que  impera sobre todas las cosas”).  

Desde el s. V el Pantocrátor expresa la fe en Cristo como principio organizador del Cosmos, un  principio divino, pues ha sido generado y no creado por el Padre. Se lo ve como la clave de  comprensión de toda la realidad, y la respuesta al misterio de la existencia. Él es la fuente del orden,  la racionalidad y la estructura del cosmos. Él es la respuesta al deseo de orden del corazón humano,  que teme siempre ante la amenaza del caos. El eminente filósofo Alfred North Whitehead (1861 – 1947) sostuvo la idea de que la visión científica del mundo, tan profundamente arraigada en la  conciencia occidental, tiene sus raíces en la teología de los cristianos del s.V. 

La continuidad de la imagen del Pantocrátor en sus rasgos esenciales a través de los siglos es  impresionante: desde los frescos de Santa Sofía y de Ravena hasta los íconos del s. XVI. 

En la tipología del Pantocrátor, Cristo tiene una túnica púrpura listada por una faja vertical de oro y está ceñido por un manto azul. La púrpura y el oro, como es sabido, estaban reservados en la antigüedad al rey; por lo cual, en este caso, se pone de manifiesto la realeza divina de Cristo. No obstante, tras esta simbología de los colores, se oculta otro significado más importante: el misterio de la Encarnación. El color azul del manto simboliza la naturaleza humana del Señor, como también es símbolo de misericordia, del amor de Dios hacia los hombres. 

El rostro del Pantocrátor casi siempre es severo, pero también se lo ha representado con una mirada que trasunta bondad y compasión. Existen versiones simplificadas de la imagen habitual de medio cuerpo al presentar tan solo un busto, poniendo el acento en la mirada de Cristo: con la frente despejada que trasluce una inteligencia viva, los cabellos que caen sobre la nuca y los arcos de las cejas que refuerzan la  expresión de los ojos; las orejas pequeñas pero visibles nos hablan de una actitud de atenta  escucha. Su mirada majestuosa y profunda, se posa inevitablemente en quien le observa y le reza. 

En la aureola, que simbólicamente sirve para resaltar la importancia y excelencia del personaje, se  perfilan los contornos de una cruz. Dentro de dichos contornos se inscriben las tres letras griegas  “ómicron, omega y ny” que significa: “El que es”, es decir el el nombre sagrado de Dios, que expresa  a la vez su revelación y su misterio inaccesible. 

La mano que bendice. Este gesto de bendición, además de su significado obvio quiere subrayar un  doble misterio. Los tres dedos abiertos quieren recordar las Tres Personas de la Santísima Trinidad  mientras que los otros dos, a las dos naturalezas de Jesucristo. Toda bendición procede de Dios Trino  por medio de Cristo hecho hombre. A veces los dedos esbozan el monograma de Cristo: el meñique la I, el anular la C, el medio y el pulgar cruzados la X y el índice la segunda C (ICXC abreviatura griega  que significa Jesucristo). 

+ El libro. Cristo al encarnarse, ha venido a traernos la buena noticia, el cumplimiento de la Ley y los  Profetas. Cristo mismo es “el camino, la verdad y la vida”, la revelación definitiva de Dios. Pero  nosotros tenemos necesidad de una concreción simbólica de su mensaje, confiado a los apóstoles.  Tal es la función que cumple el libro, generalmente abierto. 

Recorremos finalmente algunos ejemplos del Pantocrátor.  

1) En primer lugar, el que ocupa el centro del retablo conocido como Altar de Gante, pintado por los hermanos Hubert y Jan van Eyck, para la Iglesia de San Juan de Gante. La imagen de Cristo es impresionante y obrecogedora, trasluce la idea de omnisciencia y omnipotencia, el poder soberano que recibe del Padre como verdadero Dios y hombre. Mientras, la Virgen y San Juan Bautista no están en actitud de intercesión como es habitual sino leyendo las Escrituras, una alusión a que se trata de poder en sentido mundano, sino del poder inherente a la Verdad. 

 

 

2) El Ábside de San Clemente de Tahull es una pintura románica perteneciente al conjunto de la decoración mural de la iglesia de San Clemente de Tahull en el Valle de Bohí. Actualmente se expone en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. La parte superior representa «el Cielo», donde se encuentra el Pantocrátor entronizado dentro de una mandorla, con los pies sobre la bola del mundo y su mano derecha que bendice con dos dedos a la manera griega, mientras que en la mano izquierda lleva un libro abierto con la inscripción EGO SUM LUX MUNDI (Yo soy la luz del mundo). Su rostro alargado tiene unamirada penetrante, que resaltanlas cejas arqueadas. A ambos costados, cuatro ángeles llevan los símbolos de los evangelistas: san Mateo, el ángel o el hombre; san Marcos, el león; san Juan, el águila; san Lucas, el toro. Finalmente, dos figuras  simétricas flanquean la composición representando un serafín y un querubín cada uno con tres  pares de alas. 

3) Una mención especial merecen los mosaicos de la basílica de Santa Sofía en Constantinopla. Uno  de ellos, que representa a Cristo Pantocrátor, flanqueado por la Santísima Virgen y Juan Bautista  que interceden por los hombres en el día del Juicio Final. Es considerado una joya de la humanidad,  aunque se encuentra lamentablemente dañado. 

Pero Santa Sofía se encuentra consagrada más al poder imperial que al de la Iglesia. Esto testimonia otro Pantocrátor, esta vez, con el Emperador Constantino IX y su mujer, Zoe (1028-1042).  

En conclusión, e integrando toda la riqueza de su historia, el título de Cristo Señor del Universo  podemos considerarlo como ante todo, como un llamado a que Cristo reine primero en nuestros  corazones; pero también, evoca nuestra misión de hacerlo presente en la sociedad, en sus  instituciones, leyes y costumbres, especialmente hoy, cuando sufrimos el embate de un  neopaganismo que amenaza con destruir los valores más profundos de la auténtica humanidad en  el orden personal y social. Pero también debemos descubrir la realeza de Cristo presente en el orden  de la Creación, que estamos llamados a contemplar con asombro, y respetar en cuanto contiene una sabiduría que debe iluminar nuestra vida. Finalmente, Jesucristo es el Rey de los Tiempos, el  Señor de la Historia, y aunque a veces, sobre todo en nuestro país, nos sentimos a merced de fuerzas  caóticas, nuestra fe nos dice que la Providencia de Dios, en Jesucristo, guía nuestros destinos como  individuos, como país y como humanidad, y tal es el fundamento de nuestra esperanza. 

 

Para rezar: 

¿Busco reconocer cada día más con mi mente, mi corazón y mis afectos a Cristo como mi Rey?

¿Rezo, espero, actúo para que Cristo pueda reinar en la sociedad, en sus leyes y costumbres?

¿Contemplo y celebro la presencia de Cristo en el Universo como belleza, orden, verdad y bien?

¿Creo que el poder de Cristo es superior al poder del mal? 

¿Confío en que Cristo es quien guía mi historia personal, la del país y la del mundo? 

 

Para orar: 

Liturgia de las Horas – Himno de Vísperas 

Oh príncipe absoluto de los siglos,
oh Jesucristo, rey de las naciones:
te confesamos árbitro supremo
de las mentes y de los corazones. 

En la tierra te adoran los mortales
y los santos te alaban en el cielo,
unidos a sus voces te aclamamos
proclamándote rey del universo. 

Oh Jesucristo, príncipe pacífico:
somete a los espíritus rebeldes,
y haz que encuentren el rumbo los perdidos
y que en un solo aprisco se congreguen. 

Para eso pendes de una cruz sangrienta,
y abres en ella tus divinos brazos;
para eso muestras en tu pecho herido
tu ardiente corazón atravesado. 

Para eso estás oculto en los altares
tras las imágenes del pan y el vino;
para eso viertes de tu pecho abierto
sangre de salvación para tus hijos. 

Por regir con amor el universo,
glorificado seas, Jesucristo,
y que contigo y con tu eterno Padre
también reciba gloria el Santo Espíritu.
Amén.