Por Miguel Pastorino
Fuente: Aletheia
1 de mayo de 2020
Uno de los pensadores más brillantes del siglo XX, un incómodo teólogo inclasificable en los esquemas ideológicos
Peter Seewald (1954), periodista alemán, redactor de la revista Spiegel de 1981 a 1987 y luego reportero de Stern (1987-1990), actualmente trabaja como periodista independiente y ha sido el primero en publicar un libro-entrevista con el entonces Cardenal Joseph Ratzinger en 1993, sobre su vida y su pensamiento: «La Sal de la Tierra». Desde entonces se ha vuelvo una referencia obligada para conocer al Papa emérito Benedicto XVI.
En el año 2000 volvió a entrevistarlo nuevamente y publicaron juntos «Dios y el mundo». En el año de su elección (2005) como papa Benedicto XVI, Seewald publicó una obra biográfica sobre el nuevo pontífice. Ya como papa Benedicto XVI apareció una tercera entrevista: «Luz del mundo» (2010), sobre el Papado y la Iglesia, y recientemente se ha publicado «Benedicto XVI: Últimas conversaciones con Peter Seewald» (2016).
Con respecto a esta reciente publicación, muchos medios de prensa se han centrado en curiosidades biográficas y especialmente en las razones de su renuncia que siempre han sido claras aunque desconcertantes para muchos. Con el mismo estilo de siempre, con una gran libertad y sinceridad responde de modo sencillo y profundo acerca de su vida, su pensamiento y su fe.
El perfil de una mente prodigiosa.
Comentando la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2005, el peruano Mario Vargas Llosa afirmó sobre Benedicto XVI, que se trata de uno de los intelectuales más destacados del presente, cuyas «novedosas y atrevidas reflexiones» dan respuesta a los problemas morales, culturales y existenciales de nuestro tiempo». El cardenal alemán J. Meisner le llamó el «Mozart de la Teología», no solo por su sencillez y ligereza de pensamiento, sino también por su dramática profundidad.
Seewald en el prólogo de «Últimas conversaciones…» retrata el perfil poco conocido de uno de los pensadores más brillantes del siglo XX, un incómodo teólogo inclasificable en los esquemas ideológicos de conservador o progresista, una mente libre y abierta que dialoga con filósofos y científicos, con ateos, agnósticos y creyentes de todas las religiones, un creyente con una profunda vida espiritual cuyo testimonio renueva la fe y la esperanza de católicos y protestantes.
Hoy se vuelven a leer conferencias suyas de sus años de joven profesor donde se manifiesta la lucidez de una mente prodigiosa que supo ver con claridad el futuro de la Iglesia y la crisis del mundo moderno. Un teólogo que repensó toda la fe cristiana en nuevas categorías personalistas y existenciales, en diálogo con las preguntas y cuestionamientos del presente. Sus escritos son un tesoro filosófico, teológico y espiritual, para el presente y el futuro.
«Las aulas donde impartía sus lecciones Ratzinger estaban siempre llenas a rebosar. Los apuntes de sus clases se copiaban a mano por millares. Su libro Introducción al cristianismo entusiasmó en Cracovia a un tal Karol Wojtyla y en París a la Académie des Sciences Morales et Politiques, una de las academias del Institut de France, de la que luego llegaría a ser miembro».
El tan maltratado «Cardenal de Hierro», no representaba al pasado sino que abría el futuro: «una nueva inteligencia al servicio del conocimiento y la formulación de los misterios de la fe. Su especialidad consistía en desenmarañar asuntos complejos, en mirar a través de lo meramente superficial. Ciencia y religión, física y metafísica, pensamiento y oración: Ratzinger conjugaba estas facetas para llegar realmente al núcleo de la cuestión. Y la belleza de su lenguaje intensificaba aún más la profundidad de sus pensamientos».
«De repente, el catedrático oriundo de un pequeño pueblo en una zona rural de Baviera se convierte en la rutilante nueva estrella en el firmamento de los teólogos…
Mientras que los teólogos celebrados como progresistas se acomodan a ideas en el fondo bastante pequeño burguesas y en su mayoría no sirven más que a la corriente dominante, Ratzinger nunca deja de resultar incómodo: como catedrático, como arzobispo de Múnich, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en Roma…»
Un profeta incómodo
El periodista alemán, luego de conocer toda la trayectoria intelectual y pastoral de Joseph Ratzinger recuerda el coraje profético y la humildad de quien sería el nuevo sucesor de Pedro: «Resulta inolvidable la denuncia que realizó en Roma durante el vía crucis en marzo de 2005: «¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia, y precisamente también entre quienes en virtud del sacerdocio deberían pertenecerle [a Jesucristo] por completo!».
El anciano cardenal se había convertido en una suerte de piedra angular por la que ya nadie quería apostar. Pero pocos días después de su exhortación de aquel Viernes Santo a la autorreflexión y purificación apareció tras la cortina del balcón de la basílica de San Pedro para saludar a una jubilosa multitud como sucesor número doscientos sesenta y cinco del primero de los apóstoles. Se presenta a los mil doscientos millones de católicos del mundo entero como el «pequeño papa», un sencillo trabajador en la viña del Señor que sucede al gran Karol Wojtyla. Y sabe qué hay que hacer».
«El nuevo papa deja claro que los verdaderos problemas de la Iglesia no radican en la disminución del número de miembros, sino en la pérdida de la fe. La crisis se origina en la difuminación de la conciencia cristiana, en la tibieza en la oración y las celebraciones litúrgicas, en el descuido de la misión. Para él, la verdadera reforma es una cuestión de resurgimiento interior, de corazones enardecidos. La prioridad suprema corresponde al anuncio de lo que, sobre la base de conocimientos ciertos, puede saberse y creerse sobre Cristo. Se trata de «conservar la palabra de Dios en su grandeza y pureza frente a todo intento de acomodación y dilución».»
El Papa teólogo, cuyos libros ya eran clásicos y referencias obligadas de la intelectualidad no católica, tuvo el récord de concurrencia en las audiencias papales y sus encíclicas «alcanzaron tiradas astronómicas».
Grandes cambios y transformaciones, pero sin prensa.
Seewald hace un pequeño elenco de transformaciones silenciosas que hizo el Papa alemán: «el recién elegido pontífice, a sus setenta y ocho años, no solo es el papa que contribuyó a dar forma al concilio, sino también el papa con el que este soñaba. La sobriedad, el diálogo y la concentración en lo esencial caracterizan el nuevo estilo que penetra en el Vaticano. La pompa litúrgica se reduce; los sínodos de los obispos acortan su duración, pero, en contrapartida, son planteados colegialmente como debates.
Benedicto XVI trabaja en silencio, también en asuntos que con su predecesor se habían descuidado. Rechaza todo efectismo. Calladamente elimina el besamanos y sustituye en el escudo de armas la imponente corona papal, la tiara, por una sencilla mitra episcopal. Pero, por respeto a la tradición, también asume costumbres que no necesariamente se corresponden con su forma de ser. Él no es el jefe, el objeto de culto de la Iglesia que se pone a sí mismo en primer plano. Tan solo ocupa el lugar de otro, el único que debe ser amado y creído: Jesucristo».
Después de Juan Pablo II, Benedicto XVI es el segundo sucesor de Pedro que habla en una mezquita y el primero en participar en una celebración litúrgica protestante. «Con él tiene lugar un acontecimiento histórico sin parangón: la visita de un máximo responsable de la Iglesia católica a los lugares donde desarrolló su actividad Lutero».
Otra gran novedad fue que nombró a un protestante como presidente de la Academia de las Ciencias y a un musulmán como profesor de la Universidad Gregoriana. «Al mismo tiempo, gracias a su vigor teológico e intelectual eleva el pontificado a un nivel que hace a la Iglesia católica atractiva hasta para personas que hasta entonces se hallaban distanciadas de ella».
«Israel Singer, secretario general del Congreso Mundial Judío entre 2001 y 2007, señaló que sin Ratzinger no habría sido posible el decisivo e histórico giro de la Iglesia católica en su relación con el judaísmo, que puso definitivamente fin a una actitud que duraba ya dos milenios».
La limpieza silenciosa
Intelectuales comunistas italianos lo llamaron «el barrendero de Dios» por la purificación que hizo dentro de la Iglesia. Seewald refiriéndose a la crisis de abusos sexuales, recuerda que «hace tiempo que también se reconoce que, sin la gestión de Benedicto XVI, la que es una de las mayores crisis en la historia de la Iglesia católica habría ocasionado daños bastante mayores. Ya como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Ratzinger había adoptado medidas para aclarar a fondo los casos y castigar a los culpables. Como papa, expulsó a unos cuatrocientos sacerdotes y definió la base canónica para procesar a los obispos y cardenales que se nieguen a realizar o facilitar las investigaciones pertinentes».
«Por lo que atañe al polémico Banco del Vaticano, el Instituto para las Obras de Religión (IOR), Benedicto encargó una exhaustiva auditoría y puso en marcha su reestructuración. Ordenó además una investigación de todo el entorno. No obstante, se sabe que su alcance es menos dramático de lo que se presumía».
«Un doctor de la Iglesia en la Modernidad»
«Los seguidores de Benedicto echan de menos sus inteligentes discursos, capaces de enfriar el entendimiento y enardecer los corazones, la riqueza de su lenguaje, la franqueza en el análisis, la infinita paciencia en la escucha, la nobleza que él personifica como pocos otros eclesiásticos. También, cómo no, su sonrisa tímida y sus a menudo algo torpes movimientos sobre el estrado, propios de un Charlie Chaplin. Sobre todo, su insistencia en la razón, que, como garante de la fe, protege la religión del deslizamiento hacia las locas fantasías y el fanatismo. Por último, pero no menos importante, su modernidad, que muchos no podían o no querían reconocer. A ella ha permanecido fiel, incluso en la disposición a hacer cosas que nadie había hecho antes».
Todas las citas pertenecen al Prólogo de Seewald en: Benedicto XVI. Últimas conversaciones con Peter Seewald. Bilbao: Mensajero. 2016.
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