Por Pbro. Gustavo Irrazábal*
1 de abril de 2022

El Evangelio según San Lucas introduce en el relato de la Crucifixión del Señor la escena del diálogo  de Jesús con el “buen ladrón” (Lucas 23,42-43). Para entender su significado es importante que lo  situemos en su contexto inmediato, que es el de las burlas a Jesús crucificado.

Hay, en efecto, tres grupos que simultáneamente injurian al Señor: los soldados, los jefes religiosos  y, finalmente, los que habían sido crucificados junto con Él. Todos, a coro, repiten con insistencia el  mismo desafío: “Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo”. Son palabras que nos evocan las tentaciones  en el desierto, cuando Satanás intentó de diferentes maneras desviar a Jesús del camino de la Cruz, y  una vez derrotado, nos dice Lucas, “se retiró hasta el momento oportuno” (4, 13). Ahora, Satanás  vuelve para el embate final, el más abierto y violento, y en su voz la que resuena en quienes rodean  a Jesús en el momento final.

La crucifixión, de Christoph Bockstorfer (1524)

Enfoquémonos ahora en los “ladrones”. En realidad, este rótulo de “ladrones” era una falsa acusación de los romanos para desacreditar a quienes eran, en realidad, rebeldes, patriotas que luchaban contra la ocupación extranjera de su tierra, como lo era el mismo Barrabás, cuya liberación reclamó el pueblo a Pilato. Por eso Jesús, a quien las autoridades religiosas acusan maliciosamente ante los romanos de querer hacerse rey, fue crucificado junto con otros condenados por rebelión. ¿Qué importancia tiene esto?

Los que estaban crucificados con Jesús no eran, entonces, meros pecadores. Como patriotas, luchaban por su pueblo, daban su vida por el Reino, como Jesús. Pero lo hacían por medios puramente humanos, donde no faltaba la violencia, el odio y los crímenes brutales. Eran rebeldes contra los romanos, pero sobre todo lo eran contra la voluntad de Dios. En ellos podemos ver reflejado lo que hubiera sucedió con Jesús si hubiera cedido a la tentación.

Pero Jesús eligió otro camino, el de la obediencia al Padre. Es cierto que tanto Jesús como ellos terminaron en la cruz. Pero de un modo muy distinto. Para los “ladrones” la cruz es condena: es, en el fondo, el juicio de Dios sobre la pretensión soberbia de conquistar la salvación con las propias fuerzas. En cambio, para Jesús la cruz es la meta y cumplimiento de su misión. Es camino de salvación.

Finalmente, concentrémonos en la contraposición que presenta Lucas entre los dos “ladrones”. Uno, persistiendo en su rebeldía hacia Dios, se une a las burlas de los enemigos de Jesús: “Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros”. Aún en la agonía, la salvación sigue siendo para él una empresa puramente humana.

Pero el Buen Ladrón reconoce su error: “Nosotros sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas; pero Él no ha hecho nada malo”. Y de este reconocimiento surge un acto de fe y esperanza: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino”. Comprende que el Reino de Dios es algo distinto a lo que él había imaginado, no es como cualquier reino de este mundo, no viene del poder y del ingenio humanos sino de Dios, y Jesús es aquél que ha encontrado el verdadero camino y ha triunfado: es Él quien trae el Reino.

El ladrón crucificado, 1410 de Robert Campin (Master Of Flemalle) (1375-1444)

Jesús le responde: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. “Hoy”. Desde el instante en que el Buen Ladrón descubre y abraza la verdad, aunque se trate del último instante, su cruz cambia de sentido: ya no es condena, sino redención, es participación de la cruz de Cristo, y la puerta de entrada a su Reino.

Esta reflexión puede aplicarse también a nosotros. No somos criminales o delincuentes, nuestro pecado es más bien la rebeldía contra la voluntad de Dios. En efecto, no perseguimos fines malos, aspiramos a fines buenos (para el mundo, para nuestro país, nuestras familias, nuestra vida personal). Queremos el Reino. Pero nuestro problema más frecuente está en los medios: tenemos la tendencia a buscar los fines buenos por medios que no son buenos, porque son nuestros propios caminos, que no siempre son los de Dios. Tenemos una confianza excesiva en nuestras fuerzas humanas, nuestros pensamientos, nuestros instrumentos, nuestros métodos. Nos aferramos a la ilusión de poder salvarnos a nosotros mismos y poder salvar a otros. En este sentido, los “ladrones” o los “rebeldes” de la escena de Lucas somos nosotros.

El Buen Ladrón nos invita a abrazar la cruz, es decir, la voluntad de Dios en nuestra vida, sobre todo en lo que tiene de misterioso, de oscuro, de dolor y de lucha. Nos anima a pasar de rebeldes a obedientes, y así transformar nuestra cruz personal de condena en redención.

Y eso puede suceder “Hoy”. Aunque mil veces nos hayamos equivocado, y nos parezca demasiado tarde para cambiar, esta escena del Buen Ladrón nos devuelve la confianza en la misericordia de Dios, que nos espera hasta el último instante.

Un himno del s. XIII, el Dies irae, aunque está referido al Juicio Final y retrata de modo impresionante la justicia divina, no deja de celebrar al mismo tiempo la misericordia manifestada en el perdón de Jesús al Buen Ladrón: Tú, al absolver a María Magdalena / y al escuchar la súplica del ladrón, / me has infundido a mí también la esperanza.

*Miembro del Consejo Consultivo del Instituto Acton