Por Gabriel Zanotti
Fuente: Filosofía para mí
12 de marzo 2023

Hace poco, una excelente ex alumna escribió lo siguiente: “…Uno de los aspectos que más me llamó la atención fue el papel fundamental que ha tenido el movimiento LGBT en la lucha por la igualdad de derechos y la eliminación de la discriminación en el país. Desde la aprobación del matrimonio igualitario en 2010 hasta las leyes que protegen a las personas LGBT de la discriminación, ha sido una lucha constante para garantizar que todas las personas sean tratadas con dignidad y respeto.”

El párrafo me dejó pensando en el frecuente malentendido que se produce por este tema.

Los que estamos en contra del lobby LGBT y todas las letras que se agreguen, no somos gente malvada que odia a los diferentes o niega sus derechos. Además no es cuestión de decirlo, es cuestión de vivirlo también. En mi caso, convivo con toda persona que quiera hablar conmigo y ofrecerme su amistad, incluso con el riesgo de que he abierto las puertas de mi ser a quienes se han creído dueños de él.

Los que estamos en contra del lobby LGBT estamos en contra de un lobby, esto es de la coacción, que a su vez es fruto de una nueva forma de marxismo. Eso es otra cosa.

Todas las personas tienen derechos por ser seres humanos. Y esos derechos son las libertades individuales, de expresión, asociación, libertad religiosa y de enseñanza.

No se tienen derechos por pertenecer a un colectivo “diverso”. El fundamento de los derechos es la naturaleza humana. No las características individuales o grupales. Un afroamericano tiene derechos por ser ser humano (como bien dijo Martin Luther King); no por ser afroamericano.

Pero desde el neomarxismo, el capitalismo ha mutado al heteropatriarcado explotador. La lucha de clases es ahora entre blancos heterosexuales contra todas las nuevas clases explotadas: las mujeres, los trans, los gays, los afroamericans, etc.

Desde esa perspectiva, estos grupos se creen explotados aunque el blanco no lo sepa o no lo quiera, y por ende con un “derecho a la resistencia” que se expresa en nuevos derechos a la no discriminación o discurso de odio. Entones una mujer se cree con derecho a ser parte de tal o cual asociación, y el que esté en desacuerdo es un delincuente por discriminación y discurso de odio. Y así sucesivamente con los trans que se creen con derecho a ser deportistas en equipos femeninos, o a cambiarse en el vestuario femenino, o los gays que creen que tiene derecho a denunciar como delincuente a quien no quiera hacerle su torta de bodas, o los funcionarios del estado que ponen presos a los padres que no quieren para sus hijos la educación sexual que determine el lobby LGBT, etc.

Contra todo ello estamos en desacuerdo.

No con tratar a todo el mundo con dignidad y respeto, sea marciano, terrestre, gay, lesbiana, trans, no binario, afroamerican, mujer o indígena. Ojalá todos ellos se dieran cuenta de que su protección jurídica no es el neomarxismo, que destruye los pactos políticos originarios, sino en el liberalismo clásico, que reconoce a todos las mismas libertades individuales, lo cual incluye la obligación de no invadir la propiedad de otro y de respetar la expresión de la cosmovisión del otro aunque sea moralmente diversa a la nuestra.

Pero parece que estamos lejos de ello, y mientras tanto, los que nos oponemos a la coacción parecemos ser partidarios del odio.

Terrible confusión.