Por Gabriel Zanotti
Fuente: Filosofía para mí
22 de julio de 2023
El siguiente artículo comenta una sesión del Congreso de los EEUU donde se trata el tema de la libertad de expresión por dos casos puntuales, el caso de la información sobre la laptop del hijo del presidente y el caso de la posición crítica de Robert F. Kennedy sobre las vacunas Covid.
El Jueves 21 hubo en el Congreso de los EEUU un importante “hearing” nada más ni nada menos que sobre la libertad de expresión, o mejor dicho, el free speech de la Primera Enmienda. La oportunidad para ello fue la “weaponization” del Gobierno Federal contra los que piensen diferente. Y los casos tratados fueron el ocultamiento de la información de la laptop que tenía la información sobre los delitos e inmoralidades de Hunter Biden, cuya publicidad podría haber cambiado el resultado de las elecciones del 2020, y el caso de las vacunas, sobre todo por la posición de Robert F. Kennedy al respecto.
Pero en realidad todo ello fue la posición de Jim Jordan, republicano por Ohio (https://www.congress.gov/
El debate mostró una vez más la profunda fractura de la sociedad norteamericana en este momento. Como hemos explicado una vez (https://
El Pacto Constitucional originario de los EEUU consistía en un reconocimiento de que “all men” (con las restricciones históricas del caso) tenían derecho a la vida, la libertad, la propiedad. En ello coincidían todos. Por ende el free speech se movía dentro de esos parámetros.
No se plantearon los padres fundadores el problema del partido antisistema, y por ello ya hace décadas que el tema del free speech tiene casos límites como la defensa pública del Ku Klucs Klan o el tema del Partido Comunista en la época de McCarthy. Por ende, el tema no es nuevo en los EEUU.
Lo que es nuevo es la visión neomarxista de la historia norteamericana. En realidad, los EEUU habrían estado concebidos desde la lucha de clases: un heteropatriarcado blanco, explotador, contra minorías explotadas en ese momento, los afroamericans y los indígenas, a lo cual se agrega a partir de los 70 las diversas minorías sexuales como homosexuales, lesbianas, trans y todo el universo LGBT. Esas minorías son concebidas, conforme al colectivismo metodológico del marxismo, como colectivos explotados.
Por ende, es obvio que, en esa visión de la historia de los EEUU, el free speech era una mera defensa de la libertad de los blancos. Un miembro coherente de esos colectivos no va a invocar sus libertades individuales. El derecho que él tiene es a defenderse contra la explotación. Y esa defensa se ha hecho inventando nuevos delitos, como la discriminación y delito de odio, para poner presos a los explotadores blancos. Es obvio entonces que los blancos no pueden invocar el free speech para defender sus odios y discriminaciones: al contrario, deben ser coherentemente censurados y penados por ello.
El hate speech significa por ende cosas diferentes, según el horizonte que tengamos. En nuestra filosofía moral, es obvio que moralmente no hay que hacer manifestaciones públicas de prejuicios raciales o de otro tipo, pero lamentablemente ello no es judiciable, y es el precio que hay que pagar por una bien mayor: que el gobierno no decida quién habla y quien no con la excusa del hate speech.
Pero desde el neomarxismo, el hate speech es intrínseco a la clase explotadora (los blancos heterosexuales y capitalistas) y por ende hay que prohibirlo legalmente, porque hay que defenderse por la violencia contra la clase explotadora, ya sea a través de métodos directos, como los practicados por Black Lives Matter, o indirectos, como llevarlos a la justicia por medio de la acusación de delito de odio.
Por eso no hay acuerdo sobre qué implica el free speech, y si tienen la paciencia de ver las tres horas, aproximadamente, de debate, todo esto es palpable, aunque ninguno de los participantes se daba cuenta de lo que estaba ocurriendo.
EEUU no tiene salida mientras que la mitad de su población sea neomarxista desde un punto de vista cultural, un logro notable de una estrategia de penetración ideológica desde sus colleges y etc. Tanto que temían al Partido Comunista y sin embargo ya lo tienen en el poder.
Curiosamente, los argumentos manejados por los demócratas presentes fueron parecidos a los esgrimidos por Gregorio XVI o Pío IX cuando, por motivos totalmente diferentes, condenaron la libertad de expresión. Ambos pontífices tenían como modelo social a los Estados Pontificios donde el “pacto” era diferente. No había allí, por principio, libertad religiosa: ciudadanía y bautismo eran equivalentes jurídicamente. Por ello la libertad religiosa y la libertad de expresión fueron condenadas juntamente, por ambos pontífices, de manera coherente. Recién con la Declaración de Libertad Religiosa del Vaticano II la libertad de expresión tiene a su vez su fundamento.
Veamos la coherencia de ambos pontífices. El bien principal es la salvación del alma. Y el príncipe secular no debe ser indiferente ante ello. Por ende, no puede permitir la difusión de “false information” de tipo religioso que lleve a la pérdida del alma.
Coherentemente, cuando la Ilustración une Estado y ciencia, entonces (véase el paralelismo) el bien principal es la salvación del cuerpo. Y el príncipe secular (ahora el Estado Moderno) no debe ser indiferente ante ello. Por ende, no puede permitir la difusión de “false information” de tipo secular que lleve a la pérdida de la salud del cuerpo. Por ende, los Estados, al custodiar la salud (del cuerpo) coherentemente no pueden permitir el free speech de aquellos que se opongan a lo que el Estado diga que la ciencia diga que son los tratamientos médicos adecuados, y por eso Robert F. Kennedy, que no está de acuerdo con la política del gobierno de Biden sobre las vacunas, no tiene derecho a la libertad de expresión.
La solución, en teoría, como bien explicó Feyerabend, es la separación del estado y la ciencia. La separación (distinción, prefiero yo) entre Iglesia y Estado implica la libertad de expresión en materia religiosa. Y la separación entre Estado y ciencia implica la libertad de expresión en materia científica (cosa que a médicos y científicos en general les cuesta mucho comprender).
Por ello las sociedades occidentales en este momento no conciben al free speech como los padres fundadores de los EEUU lo hicieron. Porque actualmente predomina en Occidente tres creencias cuya mezcla es incoherente pero muy efectiva. Post-modernismo, neomarxismo y positivismo.
Para el post-modernismo cualquier relato es lo mismo, y no puede tener pretensiones de verdad. Si lo tiene, es totalitario. Por ende, hay que prohibir al Catolicismo como JPII y Benedicto XVI lo concibieron, esto es, una religión anclada en la razón con pretensiones de verdad.
Para el neomarxismo, hay que prohibir al heteropatriarcado explotador, del cual las religiones cristianas tradicionales forman parte.
Para el positivismo, la ciencia es la verdad y la ciencia se basa en los hechos. Y como “las opiniones son libres pero los hechos son sagrados” no tienes libertad de expresión sobre los hechos: es misinformation que debe ser prohibida.
Estas tres ideas se combinan como un torniquete que quita todo oxígeno posible a una sociedad libre y al free speech. Si el Estado (a través de sus funcionarios) decide que lo tuyo no corresponde, es misinforation y cometes el delito de difundir información falsa. Si el Estado decide que tu cosmovisión metafísica con pretensiones de verdad es autoritaria, eres un fanático que merece ser vigilado y perseguido. Si el Estado decide que tu cosmovisión metafísica es hate speech, afuera también. Y todos contentos, incluso los liberales que también creen que el Estado debe impedir la “false information” y que además están muy, muy felices cuando unas monjitas van presas por no distribuir preservativos. ¡Cómo se les ocurre!
Este drama cultural no tiene solución rápida. Sin embargo, lo interesante fue que lo que permitió el debate sobre el free speech en los EEUU fueron las normas procedimentales de la Democracia Constitucional, como Habermas habría señalado. Y las cumplieron. Se dijeron de todo, especialmente los demócratas a Robert F. Kennedy, a quien le dijeron repulsivo, peligroso y vergonzoso. Pero se lo dijeron sin levantar la voz y esperando su turno. Y Kennedy tuvo todo el derecho a defenderse.
Ese es el último bastión que queda allí, hasta que alguien se de cuenta de que esas mismas normas procedimentales fueron compiladas y sistematizadas por blancos como Hamilton, Madison y Jay.
No le demos más ideas a Black Lives Matter. Porque en ese caso, it does matter.
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