¡Despertemos, llega Cristo!

P. Gustavo Irrazábal

Howard M. Collett, La Segunda Venida de Cristo (detalle), Templo de Washington D.C., 2022

Hoy comenzamos el Adviento, el tiempo en que somos llamados a orientar todo nuestro ser (mente, corazón y vida) hacia la Venida del Señor. Pero, como sabemos, esta Venida tiene dos formas:

– La primera, que ya ha tenido lugar en el tiempo, es la Navidad, la Venida de Jesucristo en la debilidad de carne, de la cual hacemos “memoria” (en sentido bíblico) no sólo como acontecimiento del pasado, sino como un ofrecimiento de misericordia y renovación interior que se nos hará presente en pocos días.

– Pero esta primera Venida apunta a la segunda, la Venida de Jesucristo en su gloria al fin de los tiempos, que será el encuentro definitivo, la coronación y meta de nuestra vida cristiana. Se trata de un acontecimiento que nos es imposible imaginar (a diferencia del niño de Belén) pero también nos es imposible de olvidar, porque permanece como deseo que late en cada acto de fe. Cuando oro al Señor, sin verlo y oírlo, ¿no lo hago acaso con el deseo implícito de verlo un día cara a cara? Y cuando lo recibo en la eucaristía, ¿no alimento el anhelo de poder encontrarme un día con Él de modo directo, sin necesidad de una mediación sacramental?

Pero además la Segunda Venida del Señor tiene una relevancia decisiva para toda nuestra vida. Es ésa la idea que quieren inculcarnos las muchas parábolas de la vigilancia que nos presenta el Evangelio. Hoy, proclamamos la de Marcos, que es su versión más sencilla. El dueño de casa se va de viaje y encarga a cada servidor un trabajo, exhortándolos a permanecer en vela. Lo más importante es que los servidores ignoran cuándo volverá su señor, circunstancia que es remarcada con sorprendente insistencia: nada menos que tres veces en un texto tan breve, en cualquiera de las cuatro vigilias de la noche (al atardecer, a medianoche, al canto del gallo, o al amanecer).

Este no-saber de los servidores tiene consecuencias:

La espera: los servidores quedan referidos a un acontecimiento que no pueden producir, acelerar, ni postergar, ya que no depende de ellos sino más bien, a la inversa, ellos dependen totalmente de él. Por eso, no pueden disponer de su tiempo y mucho menos especular (por ej., “ahora descanso, y más cerca del regreso me ocuparé”)

– En esa situación, la única actitud sensata es la fidelidad sostenida en el tiempo: cada día, cada decisión, adquieren un valor especial (hoy podría ser el día del regreso). Y, en consecuencia, el peligro sería, ante la demora, pensar “el Sr. tarda” y dejar de velar. Marcos insiste: si tarda, mayor razón para estar atentos.

+ Finalmente, esa fidelidad no está inspirada en el miedo sino en el anhelo. En la cultura del Evangelio, los siervos eran parte de la familia “extendida”. La vuelta del señor de la casa era algo deseado, por sí mismo y por la expectativa de verse premiados, reconocidos de modo definitivo como buenos siervos, lo cual justificaría todo el esfuerzo.

Esta pequeña parábola nos plantea un desafío: ¿con quién nos identificamos? ¿Con el señor de la casa o con los siervos? Todos corremos el riesgo de creer que, al menos en nuestra propia vida, somos los dueños de casa, porque abrigamos la pretensión de ser independientes, de no tener que esperar nada, de ser capaces de decidir nuestras propias metas en la vida y de realizarlas con nuestras fuerzas. En una palabra, de salvarnos a nosotros mismos.

Pero la parábola nos invita a reconocernos como servidores:

– Si nuestra meta es el encuentro definitivo con Cristo, ella está más allá de nuestras fuerzas, no la podemos conquistar sino sólo esperar. Esto no significa que no podamos, e incluso debamos, planificar el futuro, pero con la consciencia de que nuestros planes son condicionales. Nuestros mayores, al mencionar sus propósitos, aunque sea los del día siguiente, agregaban la cláusula: “si Dios quiere”. No era una cábala sino una expresión de fe: ante todo, de que no somos dueños de ntra vida sino servidores, que dependemos de la voluntad de Dios; pero también la confianza de que Él sabe lo que es mejor para nosotros. Por eso lo que más queremos es que se realice su Plan.

– A la luz de la Venida del Señor, relativizamos las demás metas: tanto los éxitos humanos (que son sólo medios) como también los fracasos (sabiendo que lo que es bueno en sí, puede no serlo para mí). Lo decisivo es la fidelidad al Señor en el presente. Así, nos liberamos de la carga insoportable de tener que salvarnos a nosotros mismos, porque sabemos que alcanzaremos la meta como gracia y premio de nuestra fidelidad.

– Pero no es posible perseverar en la fidelidad por miedo. Si el Señor tarda, el miedo se transforma fácilmente en indiferencia. Nuestra fidelidad debe estar inspirada por un anhelo ferviente: amor al Señor por sobre todo, y el deseo de que nuestra vida no quede trunca, a medio realizar, sin sentido, sin alcanzar su verdad, aquella para la cual ha sido creada.

¿Qué es entonces no velar, quedarse dormidos, ser encontrados durmiendo? Significa perder la esperanza en la Venida del Señor: perder la motivación para la fe (la esperanza de ver a Dios y a Jesús cara a cara), perder las razones para no aferrarse a este mundo, caer lentamente en la muerte espiritual, en la cual dejamos marchitar los anhelos más profundos del corazón. Es perder el rumbo porque, en palabras de Séneca, “No hay viento favorable para el que no sabe dónde va”.

El Adviento es la oportunidad para volver a tomar conciencia de nuestra meta última, aquella que da sentido y dirección a toda nuestra vida: el encuentro definitivo con el Señor. Como dice una canción que entonaremos repetidamente en estos días: “Despertemos, llega Cristo”.

Jan Adam Kruseman, La virgen sabia y la tonta

Jan Cunen Museum, Oss, Países Bajos