Por Jorge E. Velarde Rosso
Para el Instituto Acton Argentina
El 12 septiembre de 2006 el entonces papa Benedicto XVI dio uno de sus discursos más importantes que fue inmediatamente malinterpretado, no sin mala voluntad de gran parte de la prensa mundial. Pocos salieron a defender al entonces papa Benedicto, incluso dentro de la Iglesia. La conclusión de que fue, al menos una imprudencia, se instaló en la mentalidad de más de un pensador católico.
Ocho años después, casi con precisión matemática, George Weigel y Elise Hilton,[1] importantes pensadores católicos, han intentado defender la ‘clase de Ratisbona’ ante los recientes hechos de violencia ocurridos en Irán y Siria. La idea básica de ambos textos, más o menos explícita, podría resumirse en: “Benedicto XVI tenía razón al hablar del Islam”. Esta noción viene acompañada de una petición –explícita en ambos textos– de disculpas al ahora papa emérito por lo maltrato mediático que recibió entonces. Aunque con la noble intención de defender a Ratzinger, ambos textos terminan haciéndole un flaco favor, pues, en última instancia, terminan reforzando la noción de Benedicto como un ‘neo-con’ asustado por los cambios que ocurren en Occidente y que preferiría volver a un pasado más tranquilo y culturalmente más homogéneo. Por eso a continuación me gustaría ensayar una respuesta a ambos textos. Soy consciente de que oponerse a los ‘grandes’ puede ser un acto de valentía o temeridad, dependiendo del resultado. Si acierto es valentía, si me equivoco por completo es temeridad. Vale la pena intentarlo, cada lector juzgará el resultado.
Lo primero que me parece necesario aclarar es el objetivo principal de la ‘clase de Ratisbona’. Benedicto XVI decidió llamarla: Fe, razón y universidad: Recuerdos y reflexiones. De ahí que gran parte de la complicación mediática que deba atribuirse a la mala intención de sacar el texto del contexto universitario. Que se trata de una clase universitaria, lo dice muy claramente Benedicto desde el principio. Aunque pueda parecer una obviedad, conviene recordar que el público ideal que tenía en mente era un auditorio de profesores y estudiantes. Parte del problema del escándalo mediático estuvo en querer hacer del texto un gran pronunciamiento pontificio. Incluso muchos de quienes quisieron defenderlo –tímidamente– admitían que fue ingenuo pensar que no causaría el escándalo que causo. Pero, ¿desde cuándo los discursos académicos llegan a los medios de comunicación y se difunden en cuestión de horas por todo el mundo? ¿No es más bien ingenuo pensar que todo el mundo estaba expectante a lo que iba a decir el papa en el aula de su ex universidad? El escandalo fue armado, en eso tienen razón Hilton y Weigel. Pero reivindicar la ‘clase de Ratisbona’ porque ex post pareciera tener razón es un recurso retórico que no hace justicia al texto mismo.
La ‘clase de Ratisbona’ no fue sobre el Islam. No estaba pensada para interlocutores islámicos, y el objetivo no era alertar a Occidente de los peligros del fundamentalismo islámico. Tan es así, que las palabras Islam y musulmán (incluyendo sus respectivas derivaciones) solo aparecen seis veces en total; tres cada una (incluyendo sus respectivas derivaciones). ¡Raro texto que habla de un tema que casi no se nombra! ¡Curioso autor el que comete semejante error! Conviene sacarnos de la cabeza esta idea, verosímil pero no verdadera sobre ‘la clase de Ratisbona’.
Ratzinger es un autor mucho perspicaz como para ser tachado de ingenuo y mucho más capaz como para no darse cuenta de que podría haber usado otra cita. Él quería hablar y dirigirse a teólogos, principalmente católicos y hablar sobre cómo en la visión cristiana fe y razón son mutuamente necesarias y dependientes. Su preocupación, me parece, estaba muchísimo más centrada en el peligro del lento socavamiento de esta relación al interior de la Iglesia católica. A este proceso lo llama deshelenización. Tan solo esta expresión está citada más veces que los términos islam y musulmán (incluyendo sus respectivas derivaciones), pues aparece siete veces en el texto.
A la tesis según la cual el patrimonio griego, críticamente purificado, forma parte integrante de la fe cristiana se opone la pretensión de la deshelenización del cristianismo, la cual domina cada vez más las discusiones teológicas desde el inicio de la época moderna. Si se analiza con atención, en el programa de la deshelenización pueden observarse tres etapas que, aunque vinculadas entre sí, se distinguen claramente una de otra por sus motivaciones y sus objetivos.[2]
¿Entonces, por qué usar la cita? ¿Para qué hablar del islam? Lo hace para comparar configuraciones culturales e históricas a partir de las configuraciones mentales que las originan. Es decir, concebir a Dios de una u otra manera tiene consecuencias distintas en lo personal, social, cultural y en el largo plazo histórico. Un dios absolutamente trascendente, para quien su voluntad no estuviera vinculada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la de la racionabilidad, puede no ser la mejor opción. Una visión así termina justificando la conversión por medio de la violencia, y la violencia sin más. Pero ¿éste es un patrimonio exclusivo del islam? Por eso, presentar la ‘clase de Ratisbona’ como una llamada de atención ante el fundamentalismo islámico y querer reivindicar el texto en el contexto de septiembre de 2014 es peligroso, y no hace justicia a las intenciones más nobles de Ratzinger.
Sin duda el condena el fundamentalismo; ¡pero cualquier fundamentalismo, no solo el islámico! Y su mayor preocupación, me parece interpretar, no es ese fundamentalismo. ¿Cabe imaginar algo más atrabiliario que un pontífice católico dirigiéndose -¡y llamando a la razón!- a fundamentalistas islámicos? No, Benedicto XVI, estaba hablando a los teólogos católicos –en principio a quienes sí puede exhortar con más vehemencia– a no descuidar este elemento tan característico de la fe católica. Tanto más le preocupa este tema, cuanto que se ocupa de él más del 50% del texto. Describe con bastante detalle tres momentos de deshelenización. Llega a afirmar que la tercera etapa se está difundiendo actualmente. ¡Esa es su mayor preocupación!
¿Se puede razonar con el fundamentalismo del otro? Casi no hace falta decir que, en principio no. Pero si ese fundamentalismo islámico hace resurgir otro u otros fundamentalismos occidentales, ¿no estaríamos en una peor posición? La preocupación de Ratzinger es que Occidente y la Iglesia no pierdan esta característica de diálogo y contrapeso entre su herencia judeo-cristiana y helénica. Como pontífice en ejercicio, alertó a los suyos, a profesores y estudiantes de teología tanto en Ratisbona como en el resto del mundo, a no caer en la tentación de trascendentalizar a Dios. Trató de llamar la atención de que si seguimos en la vía de la deshelenización, terminaremos cerrándonos sobre nosotros mismos, asustados del otro que se prejuzga como amenaza.
Sólo así seremos capaces de entablar un auténtico diálogo entre las culturas y las religiones, del cual tenemos urgente necesidad.[3]
Y por eso me ha parecido urgente responder a Hilton y Weigel, pues es peligroso instrumentalizar un discurso tan complejo. Valía la pena hacer el temerario intento.
[1] Cf. http://blog.acton.org/archives/71814-dear-pope-benedict-sorry.html ; https://institutoacton.org/2014/09/23/la-leccion-de-ratisbona-reivindicada/
[2] http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2006/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20060912_university-regensburg_sp.html
[3] La cursiva es mía.
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