Fuente: Religión en Libertad
29 de enero de 2021
Alexander Grau (Bonn, 1968), filósofo y periodista, es uno de los referentes actuales del pensamiento conservador alemán, poco amigo de la corrección política, con una celebrada columna, Grauzone [Zona Gris, inspirada en su apellido] en la revista de cultura política Cicero.
En 2017 publicó Hypermoral, una crítica de la sociedad contemporánea, que se refugia en un moralismo ideologizado, universalista y abstracto, como pasaporte para su vida hedonista.
Ese moralismo, revestido de indignación, «es la ideología ideal de nuestra sociedad narcisista y atemorizada», explica Grau a Giulio Meotti en una entrevista en Il Foglio (los ladillos son de ReL):
Alexander Grau, en una entrevista en televisión.
Alexander Grau está empeñado en dar pretexto a otro reportaje en el semanario alemán Der Spiegel. «Los occidentales tienen miedo. Miedo al coronavirus, las pandemias, el cambio climático, la criminalidad y el terrorismo. Como moscas que intentan liberarse de una telaraña, luchamos en la pegajosa prisión de nuestras fobias. La sospecha de que la modernidad pueda fracasar a causa de su promesa de seguridad es un golpe a su núcleo ideológico, y lo cuestiona». Debemos crear «un paraíso sin miedo» a través de la riqueza, el progreso, la tecnología y la ciencia. Pero uno de cada cuatro ciudadanos alemanes sufre de ansiedad patológica. «Con cinturón de seguridad y casco, el ciudadano rico está vacunado, su salud está controlada, vive en espacios sin humo y detrás de un airbag que ha instalado entre su persona y la vida; y sin embargo, sigue temblando de miedo».
El resultado de nuestros esfuerzos para que la vida sea más previsible es la sociedad postheroica. «Heroísmo significa arriesgar la vida por algo más grande, pero en nuestra sociedad postheroica, la vida misma es el valor más alto», explica Alexander Grau a Il Foglio. «Esta absolutización del humanismo es lo que nos lleva al humanitarismo y el hipermoralismo. Las personas son cada vez más sensibles. Es el terreno fértil para el hipermoralismo«.
Este hipermoralismo es el tema central del libro de Grau Hypermoral, publicado por Claudius Verlag. Subtítulo: La nueva sed de indignación. En la era postideológica, la religión ha perdido su lugar y ha sido sustituida por la moralidad, que a su vez se ha convertido en una ideología en sí misma. La espiral de la indignación gira a gran velocidad. La moralización impide cualquier debate. La disensión ha desaparecido.
Grau le toma el pulso a este tiempo tan satisfecho de sí mismo. Es una rara avis en la cultura alemana, donde ser conservador significa ser «sospechoso» a causa de una historia oscura. «Cuando iba a la universidad aún había eruditos de ciencias humanistas de tipo conservador: Ernst Nolte, Odo Marquard, Hermann Lübbe, que ahora tiene 95 años, Peter Furth. Hoy en día, Peter Sloterdijk flirtea a veces con posiciones conservadoras. También está Rüdiger Safranski y, obviamente, Botho Strauß. Y después están los ‘intocables’, con los que no hablas si eres políticamente correcto, como la publicación Tumult de Frank Böckelmann, ex partidario del 68 que ha cambiado de bando. Y, por último, hay autores que pertenecían a la corriente dominante pero que, en los últimos años, se han convertido en ‘sospechosos’, como Uwe Tellkamp y Monika Maron«. Y por último está este filósofo y ensayista que se ocupa de la sección Grauzone [Zona Gris] de la revista Cicero.
«En La gaya ciencia, Nietzsche afirma que Dios ha muerto y que lo hemos asesinado», prosigue Grau. «Y después pregunta: ‘¿Cómo nos consolamos? ¿No es demasiado grande para nosotros la dimensión del acto?’. Tal vez Nietzsche tiene razón. Tal vez esa acción era demasiado grande para nosotros. La mayoría de las personas tiene necesidad de un significado y una ideología que narre algo más grande: una religión, el arte, la cultura, la nación, los derechos humanos, la naturaleza, cualquier cosa. Bajo el peso del progreso técnico, el cristianismo, pero también las religiones sustitutivas del siglo XIX, a saber: nación, arte, cultura, han sido pulverizadas. Y se aferra a la moralidad como última religión».
La moral, religión de una sociedad narcisista
Estamos en plena hipermoralidad. «Ya sea que se trate de inmigración, clima, economía o instrucción, cada tema es traducido de inmediato a una jerga de evidente moralidad. Es bueno lo que es social, sostenible, amante de la paz y justo. La sociedad ideal es multicolor, multicultural, eco-social-pacifista. Todo el que contradiga estos ideales es sospechoso o, peor aún, es condenado».
Se crea una distancia colmada por la propia moralidad. La moralidad es la propia ideología, que satisface las necesidades narcisistas. «En la moralidad, hablando de derechos humanos y dignidad humana, el hombre se adora a sí mismo. Es una autoliturgia, un ritual de autodeificación. Y este culto de sí mismo se inserta en una sociedad en la que la emancipación es el valor más alto. La moralidad es la religión de una sociedad narcisista. La función de los medios de comunicación no reside solo en la información, sino también en el entretenimiento y en todo lo que es injurioso. Los medios de comunicación han alimentado la tendencia a la moralización y a la comparación simplista entre ‘buenos’ y ‘malos’«.
Detrás de nuestra empatía moral hay un malestar. «Las sociedades occidentales, especialmente las élites, crean la impresión de que sus valores y su modo de vivir son el objetivo real de la historia. La moralidad permite una perspectiva histórica de salvación. Es un progreso moral permanente cuya arma es la sociedad posmoderna, multicolor, abierta e igualitaria, de estilo occidental. Se considera que, antes o después, también las culturas de Asia y África se transformarán en sociedades como esa, por lo que el mundo será una gran Nueva York y habrá ‘funcionarios de la diversidad’ en Kabul y Teherán. Esta convicción raramente se expresa con claridad, pero es la ideología que la guía. Detrás de esto -y este es el malestar del que hablas- hay un universalismo, cuyo éxito depende del triunfo de una sociedad rica y hedonista«.
Sin embargo, es dudoso que este modelo prevalezca por doquier. «Es más probable que surja un nuevo feudalismo global. En la parte más alta, una aristocracia internacionalista y cosmopolita y, en la más baja, los pueblos que luchan por la propia identidad cultural. David Goodhart ha acuñado los términos anywheres y somewheres. Pienso que esta descripción es acertada».
La modernidad occidental fracasa a causa de sus contradicciones. «Claramente, ha llegado el momento en el que ya no puede exteriorizar o esconder estas contradicciones. Al inicio del milenio, las sociedades occidentales habían conseguido crear la impresión de que migración e identidad, ecología y economía, tradición y progreso podían reconciliarse. Hace veinte años que vemos que es una ilusión. Los costes ecológicos de continuar con nuestro estilo de vida se han externalizado. Y dado que el sistema económico occidental también depende del concepto de desarrollo técnico continuo, destruye los últimos restos de la cultura y del estilo de vidas tradicionales. El mundo tiene que ser más global, flexible y dinámico. No se tolerará la resistencia. Resistir es ‘reaccionario’. Y así se crea la homogeneidad, el autoritarismo y la intolerancia. Se celebra lo diverso, lo flexible, lo plural. Todo debe ser superexcitante, superinteresante y bueno. Quien no comparte esta afirmación de la diversidad es marginado por intolerante. Surge una paradoja de la diversidad: al ser la diversidad lo que todos desean, el resultado es la monotonía. El progresismo corre el riesgo de fracasar por sí solo, y no porque los islamistas alcancen el poder en el futuro, como en la novela Sumisión de Michel Houellebecq«.
El plan ‘perfecto’: humanitarismo y hedonismo a la vez
Hay un nuevo placer en la indignación. «La obra más antigua de la literatura occidental [La Ilíada] empieza así: ‘La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles…’. Las sociedades burguesas de los siglos XIX y XX se indignaban por la violación de la decencia y la moral. La moral era una moral de la renuncia, del ascetismo: no hagas excesos, vive sexualmente monógamo, no te emborraches. Esta moralidad del ascetismo burgués era incompatible con un sistema económico capitalista necesitado de mercados y hedonismo de masas: ¡consume, realízate, diviértete! Una sociedad así de dionisíaca desplaza la moralidad de lo privado a lo político. Vivir moralmente ya no significa practicar la abstinencia, sino ser partidario de los derechos humanos, la paz en el mundo y la diversidad. Es sumamente cómodo, ya que puedes vivir de manera hedonista y moral al mismo tiempo. Un fenómeno único en la historia».
Arnold Gehlen hizo un pronóstico similar sobre el humanitarismo en los años 60. «El análisis de Gehlen es brillante. Sin embargo, Vilfredo Pareto y Raymond Aron usan términos similares. Cada vez más se utiliza un humanitarismo abstracto que sustituye al humanitarismo concreto. Ya no nos preocupamos por el prójimo, pero se tienen unos ideales más grandes respecto a la humanidad. Mandamos a los abuelos a las residencias de ancianos porque son un estorbo para nuestra vida diaria; pero vamos a las manifestaciones en favor de una justicia mundial. Este humanitarismo vigilante y abstracto se convirtió por primera vez en un fenómeno de masas a raíz del 68. El compromiso ya no es con los trabajadores y los asalariados europeos, sino con los pueblos oprimidos por el colonialismo y con las minorías».
Cualquier posición que reivindique una moralidad firme en favor de la vida humana, la identidad y la religión está condenada al silencio. «No es una paradoja. Las tradiciones culturales, las ideas religiosas, la prohibición del aborto y la eutanasia son valores hostiles a la emancipación. No sirven para nada en una sociedad capitalista de autorrealización. El hipermoralismo se refiere siempre a valores generales que no limitan la propia vida privada«.
Un ejemplo es la ideología transgénero. «El cuerpo biológico es considerado un obstáculo a la libre elección de la personalidad. Tengo el derecho a no estar determinado por el sexo biológico. En las sociedades hipermorales, la medida de las transgresiones morales es el sentimiento subjetivo. Se llama conciencia».
«Todos se sienten libres, pero nadie lo es»
El núcleo de esta sociedad es un igualitarismo radical. «Es un sacrilegio identificar las diferencias. Todos quieren ser diferentes, pero nadie quiere que se le llame de modo distinto. La idiosincrasia se ha convertido en un derecho humano. Todo el que ponga en duda la autorrealización radical es culpable de discriminación. La sociedad se transforma en un ‘espacio seguro’ en el que el individuo narcisista es liberado de cualquier microagresión. Una sociedad de control social. Se castigará el anticonformismo. Será una sociedad en la que todos se sienten libres, pero nadie lo es. Será una sociedad de los pueblos últimos, como la definió Nietzsche: ‘¡Ningún pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio [Así habló Zaratustra]'».
Ya ni siquiera existe el forastero. «Cada uno es solo humano. La amenaza es, por tanto, doble: estamos destruyendo la diversidad de culturas en nombre de la diversidad. Al mismo tiempo, estamos disolviendo nuestra propia tradición en aras de una ideología universalista y privándonos de nuestras raíces».
Europa exporta su decadencia
En otro libro, Grau elogia el pesimismo cultural como fin para resistir a esta tendencia. «Es importante soportar el declive con dignidad. Creo que este declive es imparable. Hace mucho que el tren ha pasado, y ya se ha asentado una forma de modernidad que interpreta el declive cultural como progreso. En esta perspectiva, el suicidio de Europa se convierte en su realización cultural, su misión. Sin embargo, el pesimista cultural sabe que el valor de Europa reside en su gran pasado cultural y no en su autodisolución».
En la crisis del coronavirus hemos experimentado tanto indignación por los muertos como egoísmo hedonista. «Comparado con otros desastres, el Covid es una crisis relativamente inocua. ¿Podrían las sociedades europeas soportar dificultades permanentes? ¿Cuán resiliente es la sociedad de la diversión del siglo XXI? No nos engañemos: vivimos en una isla de prosperidad en medio de un mar de pobreza, guerra y sobrepoblación. Estamos en un estado de asedio. Sin embargo, las sociedades occidentales no tienen la capacidad mental de resistir a los conflictos que de ello derivan. Estamos indefensos mentalmente. No es casualidad que se hable de sociedades postheroicas. Las sociedades europeas tienen la posibilidad de garantizar su prosperidad solo si consiguen crear prosperidad y seguridad en las regiones limítrofes del Norte de África y de Oriente. Debemos exportar nuestra decadencia para sobrevivir«.
La pregunta es si aún tenemos fuerzas para hacerlo. «Efectivamente, solo veo dos alternativas desagradables: o Europa emerge de la escena mundial empobrecida y técnicamente atrasada mientras otras regiones determinan cómo será el mundo globalizado del siglo XXII, o conseguimos llevar las otras culturas a nuestro nivel de decadencia y exportar nuestra hipermoralidad. Será la profanación del mundo. Tendría una cierta dimensión trágica».
Un ser humano universal que se manifiesta contra las desigualdades y en favor del derecho de los pueblos a emigrar, que dice «no al odio», híbrido, multilateral, metasexual y transreligioso. Y Babilonia, como decía Philippe Muray, se transformará en Babyland [Ciudad Infantil].
Traducción de Elena Faccia Serrano.
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