Por Capanna, Pablo para la Revista Criterio
Abril 2014
La verdadera historia detrás de la figura central del film Ágora, del español Alejandro Amenábar.
Imaginemos uno de esos crímenes que, lamentablemente, podrían estar en el diario de hoy. Un médico prestigioso asiste a un partido de fútbol, pero al salir de la cancha se cruza con un grupo de barrabravas. Enardecidos por la derrota y confiando en la impunidad de que suelen gozar, los energúmenos lo agreden y terminan por matarlo a golpes.
Está claro que ni siquiera al más irresponsable de los periodistas se le ocurriría denunciar que el profesional ha sido víctima de un conflicto entre la Medicina y el Deporte. Más allá de que ambas profesiones sean más que compatibles, si algo está claro es que el médico no murió por ser médico y que sus asesinos no encarnan las virtudes del deporte. En todo caso, considerando la trama de poder que protege a los barrabravas, se podría decir que estamos ante un crimen político.
En el año 415, en Alejandría (Egipto), hubo un horrible crimen del cual fue víctima Hipatia, una de las primeras mujeres que dedicaron su vida a la filosofía. Su enemigo político, el patriarca Cirilo, había hecho circular el rumor de que Hipatia practicaba la magia negra. Una tarde, una banda de parabolanos, los camilleros del hospital que estaban al servicio de Cirilo, salieron al paso del carro de Hipatia cuando ésta regresaba a casa. Secuestraron a la filósofa y la arrastraron hasta las ruinas de un templo, donde la mataron y quemaron su cuerpo. Las autoridades condenaron el crimen pero nunca indagaron a su autor intelectual. El ayuntamiento apenas logró que el nuevo prefecto romano le quitara a Cirilo el control de los parabolanos. Pero eso fue después de que Orestes, el prefecto que había sido amigo de Hipatia, optó por abandonar Alejandría tras haber sido agredido en público.
Hipatia gozaba de gran autoridad intelectual entre la clase dirigente alejandrina y sus cursos de matemática y cosmología eran muy concurridos. Ésta fue la base sobre la cual, muchos siglos más tarde, se tejió la leyenda de que había sido asesinada por cristianos enemigos de la ciencia. Sin embargo, la primera noticia del crimen de Hipatia nos llegó por el cronista cristiano Sócrates Escolástico. Un contemporáneo, el copto Juan de Nikia, dijo que fue asesinada “por una multitud de creyentes” a quienes el pagano Damasceno calificó de “bestias, más que seres humanos”. Nadie dijo que fueran monjes, como aseguran varias versiones de la leyenda.
A partir de la Ilustración, Hipatia no sólo fue reivindicada como mártir de la ciencia sino como defensora de varias otras causas, desde la libertad de expresión hasta la libertad sexual. La morbosidad que rodeaba la historia ya había merecido un comentario machista de Voltaire, y recientemente, una actriz porno creyó homenajearla al tomar su nombre. Hipatia ya había sido apropiada como mártir cristiana, cuando se la vinculó con Santa Catalina de Alejandría. En los relatos académicos más recientes se la ha exaltado como víctima de la violencia de género y hasta de la discriminación racial, por ser “africana”.
Entre los principales cultores de esta leyenda que llegó hasta nosotros gracias a una enciclopedia bizantina encontramos los nombres de Gibbon, Voltaire, Draper, White, Bertrand Russell y Carl Sagan.
Los primeros en utilizar a Hipatia como mártir de la ciencia fueron los positivistas Draper y White, en el marco de un debate en torno al carácter confesional que algunos querían darle a la universidad de Cornell. El químico John William Draper abrió el fuego con una Historia del conflicto entre la ciencia y la religión (1874), que sería usada por Bismarck en su conflicto con los católicos, y por Mme. Blavatsky en pro de la Teosofía. El otro aporte lo hizo el escritor Andrew Dickson White, con un título aún más rotundo: Historia de la guerra entre la teología y la ciencia (1896).
La leyenda continúa
Casi un siglo después Carl Sagan, otro químico de Cornell, tuvo gran éxito con su popular serie televisiva Cosmos, donde volvía a narrar con cierto patetismo la historia de Hipatia, pero le atribuía unos quince años menos y ascendía a Cirilo al rango de arzobispo. Sagan también sentenció que ese crimen había matado a la ciencia, de modo que en los mil años siguientes no hubo actividad científica. Al parecer su copiosa bibliografía no incluía a Juan Filópono, otro alejandrino de ese tiempo que fue un verdadero precursor de Galileo, o a los medievales como Buridán, los mertonianos o Nicole Oresme, que abrieron el camino a la ciencia moderna.
Quizás la más seria de las reconstrucciones históricas del caso Hipatia sea la que produjo en 1996 la historiadora polaca Maria Dzielska. Como suele ocurrir, su trabajo contribuyó a esclarecer los hechos pero fue totalmente ignorado a la hora de escribir el guión de Ágora, una película española del año 2009. Su director y co-guionista fue Alejandro Amenábar, quien no sólo reprodujo la versión de Sagan, adornándola con algún toque erótico, sino que le añadió anacronismos de su propia cosecha. Por supuesto, mucha gente habrá recibido su ficción como si fuera un documental, ya que es mucho más divertido ir al cine que consultar los libros de historia.
Según la leyenda, Hipatia era muy joven y tenía una belleza fuera de lo común: nunca se omite decir que sus asesinos la desnudaron. Sin embargo, el cómputo más confiable nos dice que había nacido en el año 355, de modo que al morir tenía más de sesenta años, lo cual la hacía una anciana para la época. Además, la supuesta adalid de la libertad sexual en realidad se jactaba de ser virgen y compartía con gnósticos y neoplatónicos un marcado desprecio por el cuerpo.
Hipatia seguía al místico Plotino y a la escuela neoplatónica, que tanto influiría en la formación de San Agustín. La supuesta hostilidad teológica de los cristianos hacia Hipatia (a quien la gacetilla del film define como “atea”) se disipa si consideramos los testimonios de su simpatía por el cristianismo. Dos de sus discípulos llegaron a ser obispos. Orestes, el prefecto imperial que gobernaba Egipto, era cristiano practicante y solía consultar a Hipatia sobre cuestiones de gobierno. Ambos eran tan hostiles a Cirilo como éste al poder imperial. Algunos autores sostienen que Cirilo también había sido discípulo de Hipatia, y que varios de sus sacerdotes habían pasado por las mismas aulas.
Ciencia e ideología
La película Ágora lleva la mixtificación ideológica al extremo, cuando muestra a los cristianos oscurantistas destruyendo la biblioteca de Alejandría y convierte a Hipatia en precursora de Copérnico, Galileo y Kepler. Amparándose en la libertad que da la ficción, el guionista manipula a su antojo la historia de la ciencia.
Las obras de Hipatia no se han conservado, y ni siquiera conocemos sus títulos, pero es factible que defendiese la hipótesis heliocéntrica que siglos antes había propuesto Aristarco. Sin embargo, a pesar de que había estudiado las secciones cónicas (la elipse es una de ellas) es muy difícil creer que llegara a concluir, como Kepler, que las órbitas planetarias son elípticas.
Platónicos y aristotélicos creían que la circularidad de las órbitas era un signo de la perfección divina y jamás hubiesen dudado de ella. Mil años más tarde, Galileo no llegó a hacerlo y al propio Kepler, que era tan pitagórico como Hipatia, le costó mucho reconocer que las observaciones de Tycho llevaban a esa conclusión.
Pero Amenábar también imaginó a Hipatia arrojando un peso desde el mástil de un barco para probar que la Tierra se mueve. De hecho, se trata de una experiencia que puede encontrarse en el Diálogo sobre los dos máximos sistemas de Galileo, pero con una importante diferencia: el pisano la usa para probar la “relatividad galileana” del movimiento.
De ser más exigentes, también podríamos objetar que se llame “astrónoma” o “matemática” a Hipatia, considerando que la profesión del científico como tal nació recién en el siglo XIX. En el tiempo en que vivía Hipatia, astronomía, matemática y física formaban parte de la filosofía, que en los círculos neopitagóricos y neoplatónicos también incluía las prácticas mágicas. Esta última circunstancia pudo haber servido para difamarla.
La película, que el público no informado tendrá por única vía de acceso a esta historia, también incluye escenas del saqueo y destrucción de la Biblioteca de Alejandría. Se trata de un hecho del cual la leyenda negra responsabilizó a los cristianos, después que éstos se lo atribuyeran a los musulmanes, cargándole las culpas al califa Omar.
La destrucción de la Biblioteca fue el producto de una decadencia secular, que comenzó con el incendio del año 48 a.C., durante la guerra entre Marco Antonio y César. La Biblioteca sufrió saqueos bajo los emperadores paganos Aureliano (273) y Diocleciano (297). Tres años después de la muerte de Hipatia, Paulo Orosio, el discípulo de San Agustín, estuvo en Alejandría y se lamentó de que la biblioteca ya no existiera. Menos aún quedaría de ella en el 633, cuando llegaron los árabes con Omar.
El saqueo que se ve en Ágora corresponde al templo de Serapis, un hecho ocurrido en el 391, es decir, 24 años antes del crimen de Hipatia. El Serapeo tenía una biblioteca anexa a la principal. Cuando el emperador cristiano Teodosio mandó clausurar todos los templos paganos, el patriarca Teófilo instigó a los cristianos para que desalojaran a quienes lo defendían, encabezados por el neoplatónico Olimpio, y fue entonces que la turba saqueó la biblioteca.
Juzgar aquella turbulenta época a partir de los conceptos de tolerancia y convivencia democrática que tanto ha costado elaborar en la modernidad, resulta un anacronismo tan flagrante como atribuirle toda la ciencia moderna a Hipatia o condenar a Atila por haber violado los derechos humanos.
Para hacerse una idea de cómo era aquella sociedad basta recordar que Cirilo había sucedido a Teófilo porque era su sobrino. Cirilo no sólo instigó a los parabolanos contra Hipatia: alentó el enfrentamiento entre judíos y cristianos, y aprovechó la circunstancia de que en el tumulto murieran varios de estos últimos para ordenar el saqueo de las propiedades judías. Por su parte el pagano Olimpio, que en la película sólo aparece como defensor del Serapeo, ya había azuzado a sus seguidores contra los cristianos, provocando un motín en el cual fueron crucificados varios de ellos, incluyendo el célebre retórico Cesio.
Estos actos de violencia, en una ciudad donde había una convivencia precaria entre paganos, judíos y cristianos, tanto ortodoxos como heréticos, no eran nada extraño. Las turbas alejandrinas ya habían linchado al obispo Jorge en 361 e iban a hacer lo mismo con Proterio en 457. Nadie diría que estos motines eran movidos por el odio a la ciencia. Respondían a impulsos mucho más primarios o bien reflejaban los conflictos del poder. Esto lleva a pensar que, más allá de todas las causas invocadas, la muerte de Hipatia fue un crimen político.
El soldado romano que mató a Arquímedes no lo hizo porque odiaba la Mecánica, y el tribunal revolucionario que mandó a Lavoisier a la guillotina tampoco sentiría especial encono por la Química: sus motivaciones eran mucho más mezquinas. Pero sólo si optamos por ignorar todas las injusticias que hemos visto en el transcurso de nuestras vidas podremos conformarnos con esa visión infantil de la historia que pone el bien en un bando y concentra el mal en otro. Si algo enseña la historia, es a tomar distancia frente a las pasiones.
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