Por Gabriel J. Zanotti

6 de febrero de 2020

 

Jorge Bergoglio tiene razón. La deuda externa pública es un endeudamiento perverso. Los gobernantes gastan más de lo que pueden, luego toman deuda externa ante el FMI y el Banco Mundial, cuatro u ocho años más tarde se van, y el costo de la deuda queda para generaciones posteriores. Además, los fondos de esos préstamos son recibidos para pagar deuda, para financiar gasto público, y así sucesivamente, hasta entrar en crisis que tienen como principales víctimas a los más pobres. 

Ya en 1949, Ludwig von Mises denunció al FMI como un mecanismo perverso. Solo facilita la expansión monetaria y una visión constructivista de la economía para dirigirla e intervenirla siguiendo el cuerpo de ideas keynesianas. La deuda pública solo genera más inflación, más impuestos y más gasto. 

Es inmoral que esa deuda pública sea pagada por ciudadanos que no la pactaron. Debe ser pagada por los funcionarios gubernamentales que la realizaron. Si son insolventes, deben enfrentar las consecuencias civiles y penales correspondientes, desde el presidente hasta aquellos funcionarios de los ministerios de economía y bancos centrales que hayan participado en las negociaciones pertinentes

Jorge Bergoglio tiene razón: el FMI y la deuda internacional son un error en sí mismos, porque no se pueden utilizar «bien» y terminan generando resultados negativos no buscados. 

Ahora bien, ¿por qué decimos «Jorge Bergolio»? Desde Pío IX en adelante, se viene cumpliendo la predicción de Lord Acton y de Dollinger en relación con el tema de la infalibilidad pontificia y el uso del poder. Desde entonces, los pontífices se refieren a muchos temas temporales, lo cual, dado quien habla, afecta de algún modo la autonomía de los laicos para expresarse libremente sobre los mismos temas. En este sentido, hemos escrito al respecto, los artículos La devaluación del magisterio pontificio y La temporalización de la Fe. Entendemos que es conveniente que seamos los laicos quienes nos manifestemos con especial dedicación sobre todos estos temas opinables, para evitar el peso de la investidura papal al respecto. En ningún momento las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio permiten desprender una consecuencia única y universal en un tema como la deuda externa, un tema singular, prudencial, técnico y concreto, que no debiera ser objeto de declaraciones cuasi dogmáticas de los pontífices por tratarse de un tema temporal totalmente opinable. En el siglo XX, uno de los pocos, poquísimos, que tuvo conciencia de esto fue San José María Escrivá de Balaguer. 

Nos parece importante señalar que, aunque estamos de acuerdo con la opinión emitida por Bergoglio con relación a ciertos temas planteados en su discurso, a la hora de leer este tipo de discursos, conviene recordar que Bergoglio no habla con autoridad magisterial, aunque toda palabra pronunciada por todo Santo Padre será siempre objeto de nuestra atenta y filial escucha. Por ser temas propios de la autonomía de los laicos, ello implica una legítima opinabilidad, que cada uno podrá ejercer a la hora de reflexionar sobre los temas planteados.